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La corrupta compra de medicamentos

Avatar del Francisco Huerta

No hay que perder el optimismo de mejores días pero hay que trabajar para lograrlos. Si no actuamos ahora el país se pudre’.

No generalizo. Por suerte hay gente honrada en ciertos espacios del sector salud, público y privado. Lo abrupto del título del presente cañonazo obedece a la necesidad de llamar la atención respecto a un padecimiento que se está volviendo crónico: la corrupción vinculada a la adquisición de productos farmacéuticos.

El tema viene de atrás pero no se ha hecho mucho para superarlo. La prueba es que subsiste.

Parecía que con todo lo descubierto durante la fase más dura de la pandemia de la COVID-19 el asunto se iba a atenuar. Desgraciadamente la gran impunidad observable mantiene vivo el estímulo del enriquecimiento rápido. Por eso se sigue comprando con sobreprecios; se acepta, luego del respectivo aceite, drogas a punto de caducar o se adquieren lotes de laxantes, por ejemplo, para poner a defecar a todo el Ecuador durante un año.

Disculpen los lectores lo escatológico de lo narrado, tomado, por lo demás, de la vida real. Necesito producir alarma social y el consecuente rechazo a unas prácticas ya añejas que podrían percibirse como imposibles de modificar o, peor todavía, asumirse como normales.

¿Hasta cuándo las vamos a tolerar? Creo que un problema en la lucha contra la corrupción es la dificultad de desenmascarar. Vieja, aunque cínica vigente, es la expresión de que nadie roba con escritura pública pero, sector por sector y dentro de cada uno de ellos, área por área, con gente con experiencia en los asuntos específicos, se pueden tomar medidas que desestimulen la corrupción.

No me agrada señalar que la más simple sería el repudio social, el aislamiento de los facinerosos. Y ello porque sé que el dinero, amasado de cualquier manera es, ha sido, sinónimo de éxito y abre todas las puertas. ¿Someter al riesgo de morir a los pacientes a quienes se les suministra medicinas caducadas reetiquetadas no debería cerrarlas?

El Ecuador está requiriendo un rearme moral, sin gazmoñería, con un sentido de la dignidad tan alto que se transforme en ética. No podemos permitir que todo género de delitos avancen sin una reacción de la sociedad que los detenga. Está en juego el futuro.