Ernesto Albán Ricaurte | Construir sin olvidar
Es como si el municipio hubiera renunciado a repensar la ciudad, a proyectarla y a cuidarla
Mi hijo estudia arquitectura y estos días trabaja en un proyecto sobre el barrio La Mariscal. Lo escucho hablar de sus calles, de las casas construidas en los años 40 y 50, de la belleza que aún sobrevive entre los grafitis y los bares vacíos. Él la mira con ojos de futuro; yo la recorro con los de la memoria. Él diseña planos; yo reconstruyo recuerdos.
La Mariscal fue, alguna vez, el centro de una ciudad viva, elegante, amable con el transeúnte. Allí se mezclaban las embajadas, los cafés, los colegios, incluso el mío; era un lugar donde se podía caminar con seguridad y conversar bajo los árboles. Hoy es un espacio desordenado, abandonado, contradictorio. Las viejas casas se derrumban o se disfrazan de oficinas. Donde antes había patios con buganvillas, hoy se alzan muros grises y carteles de venta o arriendo. Cada demolición parece borrar una parte de nuestra identidad, pero también la memoria de una época en que Quito aún se pensaba a sí misma como ciudad.
Ver a mi hijo analizar el barrio me conmueve. Su proyecto intenta rescatar lo que el tiempo y la desidia han ido gastando. Mientras él dibuja, pienso en las calles de mi infancia, en los recorridos en bicicleta o patines, en los parques donde el ruido era de risas y no de motores. Su entusiasmo me devuelve la esperanza de que todavía es posible mirar con amor lo que otros solo ven como ruina. Su energía resalta frente a la pasividad de las autoridades municipales, que miran impasibles cómo se degradan zonas enteras de la ciudad. La Mariscal, la Diez de Agosto, el antiguo aeropuerto y otros espacios que fueron el corazón comercial y social de Quito se marchitan sin un plan que los devuelva a la vida. Es como si el municipio hubiera renunciado a repensar la ciudad, a proyectarla y a cuidarla. Y una ciudad sin cuidado termina perdiendo su sentido de pertenencia.
Quizá esa sea la tarea de la nueva generación: reconciliar la modernidad con la memoria, construir sin olvidar. Porque una ciudad no se mide solo por su crecimiento, sino por la lealtad con su pasado. Y mientras haya jóvenes que miren con respeto lo que otros dieron por perdido, Quito seguirá teniendo una oportunidad: la de reconocerse en la ciudad que fue y volver a serlo.