El trágico legado de Gorbachov

La idea de Gorbachov de una “Tercera Vía” entre socialismo y capitalismo estuvo de moda por poco tiempo en Occidente, pero pronto fue acallada por la marea del neoliberalismo triunfalista. Sin embargo, me gustaba y respetaba a este líder extrañamente visionario de la moribunda URSS, que se rehusó a usar la fuerza para resistirse al cambio’.
Mijaíl Gorbachov, último líder de la URSS, fue enterrado en el Cementerio Novodévichi de Moscú junto a esposa Raisa y cerca de otro líder soviético, Nikita Jrushchov. Nadie se sorprendió por la ausencia del presidente ruso Vladimir Putin”. El desaire me recordó una conversación que tuve hace dos décadas en un paseo por la Plaza Roja. Pregunté a un soldado del ejército que custodiaba la tumba de Lenin sobre quiénes estaban enterrados en la necrópolis soviética que había detrás: Stalin, Leonid Brézhnev, Alexei Kosygin y Yuri Andropov. El último estaba sin ocupar. “Para Gorbachov, ¿supongo?”, pregunté. Respondió: “No, su lugar está en Washington”. Irónicamente, Occidente elevó a Gorbachov al nivel de celebridad por haber logrado algo que nunca se propuso hacer: ocasionar el fin de la URSS. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990, pero una amplia mayoría de rusos lo veía como traidor. Según una encuesta de 2021, más de 70% de los rusos creen que su país tomó un rumbo equivocado bajo su gobierno. Los de línea dura lo detestan por haber desmantelado el poderío soviético, y los liberales lo rechazan por haberse aferrado al ideal imposible de reformar el régimen comunista. Por otra parte, se celebra a Putin como adalid del orden y prosperidad que han reivindicado el papel líder del país en la escena mundial. En septiembre, 60 % de los rusos manifestó que el país va en dirección correcta, si bien no hay duda de que eso refleja en parte el estrecho control de Putin sobre los noticieros televisivos. A los ojos de la mayoría de rusos, el legado de Gorbachov es de ingenuidad e incompetencia, si no directamente de traición. El control de la URSS sobre sus satélites europeos se había vuelto insostenible tras la firma del Acta Final de Helsinki en 1975, que incluía compromisos de respeto a los derechos humanos y libertad de información y movimiento. La capacidad de los gobiernos comunistas de controlar a su población se fue erosionando gradualmente, culminando en la cadena de levantamientos -pacíficos su mayoría- que finalmente llevó a la disolución de la URSS. La negativa de Gorbachov a recurrir a la violencia para preservar el imperio soviético tuvo como resultado una derrota sin derramamiento de sangre y una sensación de humillación entre los rusos, alimentando una amplia desconfianza hacia la OTAN, que Putin usó años más tarde para movilizar el apoyo popular a su invasión de Ucrania. Otro malentendido es que Gorbachov desmanteló un sistema económico funcional; la economía soviética había estado en declive por décadas. Él comprendió que la URSS no podía seguir el paso con EE.UU. militarmente y al tiempo satisfacer las demandas de estándares de vida más altos de la ciudadanía. Pero en lugar de facilitar una economía de mercado eficiente, su apresurado abandono del sistema de planificación central enriqueció a la corrupta clase gerencial de las repúblicas soviéticas y llevó al resurgimiento del nacionalismo étnico. Aunque comprendió plenamente los inmensos desafíos que enfrentaba el comunismo soviético, carecía de control sobre las fuerzas que ayudó a desatar. En la década de 1980, Rusia no tenía los recursos intelectuales, espirituales y políticos para superar estos problemas subyacentes. Muchas de las disfunciones que contribuyeron a su caída amenazan hoy con arrastrar al mundo entero.