Premium

La gobernanza en un mundo posoccidental

Avatar del Columnista Invitado

China, tras recibir un lugar en las instituciones internacionales, aplicó una estrategia tripartita: extraer el mayor valor posible de ellas 

Los líderes de la OTAN se congregaron en Vilna para la cumbre anual de la alianza, demostrando que con su unidad renovada en el apoyo a Ucrania está muy lejos de la “muerte cerebral” que el presidente francés Emmanuel Macron le atribuyó en 2019. Pero su nueva vitalidad se contradice con un problema más grande: una transformación más amplia, de la que sirve de ejemplo la incapacidad de Occidente para convencer al resto del mundo de que la defensa de Ucrania también le interesa. En un mundo en que la dinámica del poder cambia a ritmo acelerado, una revolución silenciosa está remodelando el multilateralismo y deja a Occidente y a sus instituciones cada vez más rezagados. Muchos querríamos que el modelo de gobernanza global de los 90 hubiera funcionado, pero es difícil negar que la vieja ética de “partes interesadas responsables” (que falló porque a China, principal destinataria de la idea, nunca se la obligó a elegir entre integración y revisionismo) ahora tiene que ceder paso a una nueva, mejor adaptada a un mundo multipolar. Lamentablemente, los occidentales tendrán que reducir sus aspiraciones de universalismo y pensar en las instituciones internacionales no tanto como fuentes de soluciones sino como lugares para compartir información y facilitar la gestión y resolución de conflictos. La ONU no puede evitar la competencia entre grandes potencias, pero puede ayudar a poner salvaguardas. El mundo necesita con urgencia más esfuerzos para reducir la probabilidad de guerras y diplomacia para poner fin a conflictos como el de Ucrania. El objetivo tiene que ser lo que el asesor de seguridad nacional de EE. UU. Jake Sullivan denomina competencia sin catástrofe. Hay que reimaginar la gobernanza global para una era no cooperativa. En lo referido a cambio climático y a la COVID-19, los logros del multilateralismo han sido pequeños: los mayores avances los impulsaron la rivalidad y la competencia. Lo mejor sería cooperar, pero allí donde no sea posible, estructuras de incentivos similares podrían funcionar también en otras áreas. Debemos reconocer que muchas cosas hoy no pasan por instituciones lideradas por Occidente. En pacificación y seguridad, ya se comenzó a aceptar la realidad de un mundo más fragmentado. En Siria, Mozambique y República Democrática del Congo, y en la rivalidad entre Arabia Saudita e Irán, las potencias no occidentales están teniendo un papel más importante como intermediarios. En general Occidente ha cedido a esta nueva lógica y ha participado donde fuera necesario, pero atendiendo a realidades locales en vez de dejarse llevar por el pensamiento ilusorio. En vez de obsesionarse pensando a quién invitar a los procesos que lidera, Occidente debería mirar a su alrededor. ¿Con qué instituciones e iniciativas no occidentales tiene sentido relacionarse, y en qué ámbitos (regulaciones, fijación de estándares, etc.) las potencias occidentales pueden ayudar a conseguir resultados favorables? Aceptar el nuevo mundo multipolar no implica aislarnos de todo. Sin dejar de crear nuevas instituciones con países afines, Occidente tiene que seguir relacionándose constructivamente con actores no occidentales. La cooperación internacional no es incompatible con la competencia. Teniendo en claro sus intereses y capacidades, Occidente puede aprovechar mucho mejor su aún considerable influencia. Los resultados serán mejores que cualquier cosa que pueda surgir de una retirada al solipsismo.