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La responsabilidad de la OTAN de salvar afganos

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Si Albania, el país más pobre de la Alianza, está lista para compartir la carga que deben asumir juntos todos los países de la OTAN, y puede arreglárselas para manejarla, ¿cuál de los otros Estados miembros no puede hacerlo?’.

Existen pocos episodios más honorables en la historia de Albania que su solitario ejemplo de heroísmo de cara a la destrucción de las comunidades judías europeas durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie pidió a nuestros abuelos que se arriesgaran, y a menudo sacrificaran sus vidas, para salvar gente del Holocausto. Sin embargo, así lo hicieron incontables albaneses musulmanes, cristianos y ateos. Gracias al código de honor albanés, que nos exige ofrecer refugio a los extranjeros que lo necesiten, Albania fue el único país de Europa que acabó la guerra con más judíos que en su comienzo. Inmediatamente después vivimos la persecución de primera mano. Tras derrotar a nuestros enemigos externos, encontramos un círculo igual de vicioso dentro de nuestras fronteras: un régimen opresivo que encarceló, torturó y asesinó a quienes percibía como enemigos. Vivimos lo que hoy el pueblo de Afganistán enfrenta a medida que los talibanes consolidan su poder en todo el país. En su momento, vivimos en un Estado que selló sus fronteras y persiguió a los disidentes y sus familias, tal como se espera que los talibanes hagan con sus adversarios. Por cerca de 50 años aspiramos a la libertad que disfrutaron los afganos los últimos 20 años y que hoy parecen destinados a perder. Albania es miembro de la OTAN: disfruta beneficios y comparte responsabilidades de la cooperación. Dada nuestra historia, parece correcto que seamos el primer país del mundo en ofrecer refugio a miles de refugiados afganos que huyen de los talibanes. Todos los miembros de la OTAN deben reconocer su responsabilidad. ¿Qué está ocurriendo en Afganistán, por qué, y cómo los actuales acontecimientos darán forma al futuro de la Alianza? Es imperativo sostener esas conversaciones con actitud desapasionada, y esforzarse con urgencia por salvar tantas vidas como sea posible. Debemos sostener los valores de la Alianza del Atlántico Norte que comparten todos los países democráticos, lo que significa no dar la espalda a quienes se encuentran en peligro porque creyeron en nosotros. Hasta hace unos cuantos días, los miembros de la OTAN éramos la principal fuente de apoyo para el pueblo de Afganistán. No podemos retirarnos como sombras junto con nuestros ideales, principios y la promesa de libertad y democracia que mantuvimos más de dos décadas. Sabemos que el temor a los extranjeros afecta las encuestas, las elecciones y los compromisos de partidos y políticos que intentan ser electos, y respetamos las difíciles decisiones que todos los demás países deben tomar. Sin embargo, al vernos ante opciones de vida o muerte sobre las personas a las que nos comprometimos a ayudar, la decisión es evidente. Si incluso Albania, el país más pobre de la Alianza, puede arreglárselas para manejarla, ¿cuál de los otros estados miembros de la OTAN no puede hacerlo? Y ¿qué excusa política puede ser tan importante como para traicionar nuestras obligaciones humanas más básicas? Hay demasiados dedos acusando y demasiadas pocas manos alzándose para beneficiar a la humanidad. El principio fundador de la OTAN es que un ataque sobre uno de sus miembros es un ataque a todos. Así también debería ser la respuesta ante el reto humanitario que la OTAN está dejando tras sí en Afganistán.