Columnas

Reforma o revolución

No existe una alternativa estable a mantener al centro, incluso cuando eso requiere superar la resistencia de las élites a las reformas.

Las revoluciones modernas más conocidas siempre fueron precedidas por una creciente polarización y la incapacidad de solucionar problemas sociales y económicos apremiantes. El aumento de la hostilidad y falta de confianza alimentan las protestas y eventualmente desembocan en violencia. El extremismo crece porque los moderados se ven obligados a aliarse con quienes están más hacia la derecha o la izquierda. Los que buscan acuerdos con fuerzas moderadas en la oposición terminan vilipendiados y excluidos. Esto ocurre hoy en gran parte del mundo, incluido Estados Unidos, que no está por tener otra revolución, pero puede estar acercándose silenciosamente a ello mientras el centro político colapsa. Los ejemplos históricos más obvios ilustran cómo ocurrió esto en el pasado. Los ideales de la Ilustración liberal guiaron inicialmente la Revolución francesa de 1789, pero el rey y la aristocracia se resistieron a perder sus privilegios. Las potencias extranjeras intervinieron contra la Revolución, los líderes moderados como Lafayette, héroe de la Revolución americana que deseaba establecer una monarquía constitucional, fueron cada vez más vilipendiados por la izquierda (que los consideraba herramientas de la realeza) y por la derecha (que los tildaba de traidores revolucionarios). Eso dio ventaja a los jacobinos, que instituyeron un reinado del terror y provocaron una brutal guerra civil en la que murieron cientos de miles. Una cuestión vinculante es que las sociedades solo quedan tan divididas políticamente tras un largo período en el que resulta cada vez más claro que las reformas son necesarias, pero quienes están en el poder, haciendo caso omiso de lo funesto de la situación, impiden las medidas que podrían salvar al régimen. En todos los casos, reprimir o marginar a los moderados que buscaban el compromiso solo llevó al extremismo. No todas, ni la mayoría de las situaciones análogas desembocaron en revoluciones, pero podemos aprender una lección de los resultados más extremos. Demorar las reformas o buscar reformas que no son lo suficientemente profundas para solucionar los crecientes problemas sociales y económicos, conduce a una mayor polarización. El centro no puede mantenerse y los moderados deben elegir entre unirse a líderes políticos e ideologías más extremos, o aceptar el exilio político (o real). Un ejemplo catastrófico fue el ascenso al poder de Hitler en 1933. Actualmente, tendencias similares (junto con la violencia de las acompaña) han llevado a una terrible guerra civil en Siria y están haciendo que el compromiso sea cada vez más difícil en India, Bolivia y otras partes de América Latina, Irán, Irak y Líbano. En Hong Kong, un imposible sueño de independencia ha llevado a que el compromiso razonable resulte extremadamente difícil. En la guerra revolucionaria estadounidense de 1775-1783 los estadounidenses tuvieron una revolución política genuina, pero no una revolución social, ya que las élites establecidas que la lideraron retuvieron el poder. La sociedad estadounidense comenzó a polarizarse cada vez más. En el sur, liderados por Carolina del Sur, los extremistas tomaron el poder y eventualmente tornaron imposible cualquier compromiso que hubiera puesto fin gradualmente a la esclavitud. El resultado fue una guerra civil extraordinariamente sangrienta. Hoy día, esa división continúa presente y es una de las causas principales, aunque ciertamente no la única, de la creciente polarización política actual. No existe una alternativa estable a mantener al centro, incluso cuando eso requiere superar la resistencia de las élites a las reformas.