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Reestructurar el Banco Mundial

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El entendimiento tácito de que un europeo debe liderar el Fondo Monetario Internacional ha generado -con razón- descontento en el Sur Global

Los cambios en marcha en el Banco Mundial son significativos. Más allá de diseñar una misión nueva y más verde, el Banco se enfrenta a una transición de liderazgo, con implicaciones importantes para su relación con el Sur Global y su relevancia a largo plazo. La dimisión de David Malpass, su presidente, vino precedida por tensiones internas y externas originadas en sus posiciones personales en materia de cambio climático. Cuando Joe Biden asumió la presidencia el Tesoro de Estados Unidos expresó su insatisfacción con la falta de liderazgo climático serio por parte del Banco. Poco después, Biden nombró a Ajay Banga, exejecutivo de Mastercard, americano nacido en India, que dirigió el auge de la empresa como plataforma de pagos global, para reemplazar a Malpass. Banga representa un guiño a India y al Sur Global. Queda por ver si la priorización de objetivos climáticos se traducirá en un liderazgo más efectivo general del Banco, que fue concebido como una herramienta para la reconstrucción. El desarrollo pasó a posteriori a ser su principal foco debido, principalmente, a su expresidente y quien le dio su forma actual, Robert McNamara, convirtiéndolo en el ejecutor del modelo Occidental de desarrollo económico. Pese a ser firmante del Acuerdo de Bretton Woods, la URSS nunca se sumó al Banco Mundial, considerándolo una mera plataforma para promover la filosofía de libre mercado de Occidente. ¿Cómo respaldar hoy eficazmente la prosperidad en el mundo emergente? Sería necesario resolver los contenciosos sobre la posible expansión de la agenda del Banco Mundial y cómo encaja en ella la acción climática. Al mismo tiempo, el Banco tendría que superar los desacuerdos internos respecto del alivio y reestructuración de la deuda de los países sobreendeudados (las discusiones están paralizadas por las demandas chinas de que el Banco acepte saneamientos parciales de los préstamos). Mientras se desarrollan -o estancan- estas discusiones, los problemas que las inspiran siguen amontonándose. El Banco Mundial debe movilizar recursos adecuados para ayudar a los países a enfrentar una tormenta perfecta de crisis climática, energética, alimentaria y de deuda. En un momento de creciente proteccionismo y fragmentación económica global, esto resultará difícil. Se necesita un líder con experiencia técnica y política. La ambición y la escala serán cruciales. Reformar la política de crédito es especialmente importante para que el Banco vuelva a ganar influencia en los países de renta media, que han tenido que recurrir a otras fuentes de financiación para su desarrollo. Pero esto es solo el primer reto. La Iniciativa Bridgetown de la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, que plantea nuevos términos e instrumentos para la resiliencia climática, mitigación y reconstrucción, es una propuesta que vale la pena considerar. Si el Banco no tiene en cuenta las ideas y demandas de los países en desarrollo, Occidente los perderá. Reconstruir las relaciones con aliados distanciados es difícil y costoso. La atracción del nexo sino-ruso para Sudáfrica -y su resistencia ante los esfuerzos apresurados de Occidente por recuperarla- ofrece importantes lecciones en este sentido. Banga tendrá que encontrar maneras de satisfacer las demandas de un Sur Global que anhela un cambio. Si no, correrá el riesgo de minar la viabilidad a largo plazo del Banco y la capacidad de influir de Occidente. La condición de outsider de Banga puede jugar a su favor en su intento de sacudir la institución y conciliar su mandato tradicional con una agenda del siglo XXI. Pero los verdaderos outsiders -que deben formar parte de la toma de decisiones del Banco Mundial- son los países que han sido relegados a los márgenes por lustros.