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Por qué Putin quiere destruir Ucrania

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Los rusos abrazan un maniqueísmo inverso: la dictadura es buena, la libertad, mala; aceptan un insidioso trato sicológico. Renuncian a su libertad personal a cambio de sumisión y ser miembros de un Estado poderoso’.

La guerra del presidente ruso Putin contra Ucrania es tan salvaje precisamente porque cree que rusos y ucranianos son un mismo pueblo. Para entender su decisión de invadir debemos escuchar cómo lo explica y su absurda lógica. Afirma que Ucrania es un país anti-Rusia y que los rusos y ucranianos son un mismo pueblo; esto parece incongruente, más si se considera la criminal conducta rusa en Ucrania. En política a menudo lo absurdo es lo más revelador. Los antecedentes históricos se refieren al ascenso del príncipe de Moscovia, a la preeminencia y luego al dominio de los principados de la Rusia medieval. Inicialmente Moscovia estableció su poder actuando como recolector de impuestos del kan mongol. Tras aprender un despotismo despiadado de él y ampliar sus dominios con su ayuda, los príncipes moscovitas lo expulsaron y consolidaron “las tierras del Rus” bajo los grandes duques de Moscovia y sus sucesores, los zares de todas las Rusias. Pero la autocracia no era la única forma de gobierno en tierras rusas. La República comercial de Novgorod es un ejemplo de constitucionalismo medieval ruso. El Gran Ducado de Lituania, pese a su nombre, incorporaba a Bielorrusia y Ucrania, y contó con instituciones representativas bien desarrolladas medievales. El Seimas (parlamento) y asambleas provinciales de la alta burguesía lituana tenían más poder que sus contrapartes de la península ibérica e Inglaterra en el siglo XVI. Lituania era, en gran parte, un Estado eslavo. Su idioma oficial era el bielorruso antiguo y gran parte de su aristocracia era de fe ortodoxa y étnicamente rusa. Y estaba la tradición política de los cosacos del Dnipro, campesinos que huían de la esclavitud y se establecieron en tierras fronterizas vacías “en el margen” (u kraina) de la Comunidad Polaco-Lituana, un “pueblo caballeresco” que había ganado su libertad con proezas militares contra los tártaros de Crimea, turcos otomanos, moscovitas y polacos. Eligieron a su jefe de estado y un consejo de gobierno por más de 200 años hasta que Catalina la Grande suprimió sus instituciones en 1764. La ideología del zarismo ruso que surgió de sangrientas luchas para justificar un gobierno despótico es central para comprender el actual conflicto en Ucrania: el zar es “el padrecito del pueblo”, protege al campesinado esclavizado contra sus amos nobles, y el pueblo ruso está particularmente poco dotado para ejercer la libertad constitucional. El constitucionalismo beneficiaría solo a la nobleza egoísta, que usaría el poder para explotar más al campesinado. Puesto que los rusos, a diferencia de los occidentales, eran intrínsecamente incapaces de gobernarse con eficacia y necesitaban mano fuerte, los conflictos entre facciones debilitarían el Estado, exponiéndolo a amenazas externas y posiblemente llevándolo a su desintegración. Putin tiene razón cuando dice que Ucrania es anti-Rusia. Si la cualidad de Estado que tiene Rusia se define por despotismo, y si rusos y ucranianos son un mismo pueblo, al gobernarse a sí mismos satisfactoriamente, los ucranianos han demostrado que el mito fundador de la Rusia moscovita ha sido un enorme error histórico. Para Putin y la élite que lo rodea, la guerra contra Ucrania es una guerra civil, una lucha por la idea misma de lo que es Rusia y por lo acertado de su versión de la historia; la cercanía de los antagonistas alimenta la carnicería contra el pueblo ucraniano. Puede que la democracia occidental haya demostrado ser más potente que el despotismo soviético, pero no implicó que una Rusia democrática pudiera ser bien gobernada y menos poderosa. Mas la derrota a manos de Ucrania sería otro asunto por completo.