Columnas

El fin de la historia contemporánea

Europa sucumbió a la ilusión de que una asociación energética con Rusia garantizaría la paz y la estabilidad en el continente. Los EE. UU. creyeron erróneamente que la inclusión de China en la OMC conduciría a su democratización

No puedo traer a mi memoria una época en los últimos 75 años en que haya habido una acumulación tan descomunal de conmociones mayores y menores. El mundo actual está lidiando con la intensificación del cambio climático, una pandemia, grandes guerras, inflación creciente, perturbaciones en el comercio internacional y cadenas de suministro, y grave escasez de alimentos y energía. Gran parte de estas convulsiones se derivan de nuevas (y renovadas) rivalidades entre las principales potencias, con consecuencias altamente visibles y caóticas: la agresión de Rusia en Ucrania; el reclamo de China sobre Taiwán; el programa nuclear en Irán. Estamos presenciando el desenlace de la Pax Americana que sustentó las relaciones internacionales más de 70 años después de la II Guerra Mundial. Estados Unidos garantizó la paz y estabilidad en Europa y sentó las bases para nuevos sistemas multilaterales de comercio y derecho internacional, establecidos bajo el paraguas de Naciones Unidas. Pero con el ascenso de China y otros países ha dado paso a una realidad más multipolar. La digitalización e inteligencia artificial están reestructurando radicalmente las economías avanzadas y reequilibrando el poder político mundial. Los líderes occidentales no vieron en absoluto las intenciones y objetivos estratégicos de los líderes rusos y chinos. Tenían tanta confianza en el atractivo universal de sus propios modelos de civilización que no pudieron prever las consecuencias políticas de las dependencias económicas que habían aceptado. Se acerca la fecha de vencimiento de la factura que deberán pagar por esta ingenuidad, y el monto será grande. China se ha convertido rápidamente en un rival tecnológico para Occidente, y en especial para EE. UU., algo que de la URSS nunca se hubiese podido decir. Queda por ver hacia dónde conducirá esta nueva fase de la competencia mundial sistémica. La nueva contienda entre grandes potencias se librará bajo condiciones mundiales completamente nuevas: la pandemia de COVID-19 y el cambio climático han alterado fundamentalmente los cálculos económicos y políticos a nivel mundial y continuarán haciéndolo. Si la humanidad no logra reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al ritmo necesario para mantener el calentamiento global bajo control, entrará en una era de crisis mundiales irreversibles y potencialmente incontrolables. Por la nueva dinámica competitiva mundial, las grandes potencias se dirigirán a una confrontación intensificada, a pesar de que los desafíos que enfrentamos exigen cooperación más cercana. Esta es la verdadera tragedia que conlleva la guerra del presidente ruso: la crisis de Ucrania le está costando a la humanidad un tiempo precioso que no tiene. Y en medio de todo el caos mundial, EE. UU. también tiene profundos problemas internos que ponen en duda su futuro como democracia estable y funcional. El 6 de enero de 2021, el país vivió el primer intento de golpe de Estado de su historia. ¿Demostrará su democracia suficiente resiliencia para evitar que algo así vuelva a suceder, o logrará Trump o una figura similar a Trump tener éxito en todo lo que se pretendió alcanzar durante el “ensayo” llevado a cabo el 6 de enero? Esta interrogante será decisiva para EE. UU. y su democracia, y para sus aliados y el futuro de la humanidad. Las elecciones presidenciales de 2024 pueden ser las primeras que tengan consecuencias directas planetarias y civilizatorias. No es casualidad que el destino del mundo en el siglo XXI se decida en su democracia más antigua, en el país que ha respaldado el orden internacional los últimos 75 años.