Columnas

El cumpleaños infeliz de la ONU

Los motivos a favor del multilateralismo y la gobernanza mundial son más fuertes que nunca pero tendrán que ocurrir en gran medida fuera de la ONU.

Las Naciones Unidas cumplen 75 años este otoño; si se tratara de un año normal, muchos de los líderes del mundo se reunirían en Nueva York para celebrar este hito y abrir la reunión anual de la Asamblea General. Pero este año es cualquier cosa, menos normal. Y las NN. UU. han quedado muy lejos de cumplir sus metas de «mantener la paz y la seguridad internacional», «desarrollar relaciones amistosas entre los países» y «lograr la cooperación internacional para solucionar problemas internacionales». La pandemia nos ayuda a ilustrar el porqué: su Consejo de Seguridad logró en gran medida tornarse irrelevante; China bloqueó cualquier papel significativo de su órgano ejecutivo, no vaya a ser que se la critique por la mala gestión inicial del brote y se la responsabilice por sus consecuencias. La OMS cedió ante China al principio y se vio aún más debilitada por la decisión de EE. UU. de abandonarla. El resultado: las grandes potencias consiguen la ONU que quieren, no la que el mundo necesita. Su Asamblea General declaró en 2004 que el mundo tenía la «responsabilidad de proteger o intervenir cuando un gobierno fuera incapaz o no estuviera dispuesto a proteger a sus ciudadanos de la violencia a gran escala. Esa doctrina fue, en gran medida, ignorada. El mundo se cruzó de brazos en medio de conflictos terribles que causaron cientos de miles de muertes de civiles en Siria y Yemen. El único caso en que se invocó la doctrina, en 2011 en Libia, quedó desacreditada porque la coalición liderada por la OTAN que actuaba en su nombre se excedió: quitó del poder al gobierno existente y luego se detuvo, generando un vacío de poder que sigue asolando al país. No quiero sugerir que la ONU carezca de valor. Las agencias de la ONU han promovido el desarrollo económico y social, y facilitaron acuerdos que van desde las telecomunicaciones hasta el monitoreo de instalaciones nucleares; y sus misiones de paz ayudaron a mantener el orden en muchos países. Pero, en términos generales, nos ha desilusionado debido a las rivalidades entre las grandes potencias y la reticencia de los países miembros a ceder libertad de acción. Tampoco ayudaron: un sistema clientelista que asigna demasiada gente a puestos importantes por motivos ajenos a la competencia, la falta de rendición de cuentas y la hipocresía (países que ignoran los derechos humanos forman parte de un organismo de la ONU que procura defenderlos). Una reforma significativa de la ONU no es una opción realista. Los cambios potenciales, como alterar la composición del Consejo de Seguridad para reflejar la distribución de poder en el mundo actual, favorecerían a algunos países y pondrían a otros en desventaja. Y su Asamblea General carece de poder y es ineficaz ya que cada país tiene un voto, independientemente de su tamaño, población, riqueza o poderío militar. Lo que convierte esto en crisis es la gran necesidad de cooperación internacional ante el regreso de una gran rivalidad entre potencias y múltiples desafíos mundiales: pandemia, cambio climático, proliferación de armas nucleares y terrorismo. La buena noticia es que los países pueden crear alternativas, como el G7 y el G20, cuando la ONU no es suficiente. Los motivos a favor del multilateralismo y la gobernanza mundial son más fuertes que nunca pero tendrán que ocurrir en gran medida fuera de la ONU.