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La militarización de la seguridad

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Esperemos que nos sorprendan y por fin dejemos de construir castillos en el aire

La insistencia del Gobierno en militarizar nuestra política de seguridad es desesperante. Esta se expresa en su discurso sobre el terrorismo y el enemigo interno, así como en su iniciativa de reforma parcial para cambiar el rol de las Fuerzas Armadas y, recientemente, en la designación de los generales Moncayo y Bravo, respetables patriotas, a importantes de cargos.

Es tentador decir que esto no es sino otra manifestación de las fantasías de un mandatario que ama disfrazarse con gorras y uniformes, pero eso nos acercaría al insidioso simplismo de cierta oposición. Lo cierto es que en este asunto el presidente ha escuchado a un importante segmento de la población que está convencida de que la receta manda a romper unos huevos y de que los chefs indicados no llevan ‘toque blanche’ sino casco.

No basta entonces con criticar al Gobierno, más bien hace falta un diálogo social que nos permita establecer consensos y desvirtuar mitos. Tarea difícil en un país enfrascado en obsesiones como la tabla (sí, tabla) de drogas o la Base de Manta. Es como si ignorásemos que con bases militares o cooperación estadounidenses, con enemigos con o sin programas políticos y en franca guerra contra las drogas, ni Colombia ni México han resuelto sus problemas.

La mano dura, asociada con la disciplina militar, no es suficiente para enfrentar esta crisis cuya naturaleza no entendemos. La deseada declaración de terrorismo es para algunos un tecnicismo que desata las manos de las Fuerzas Armadas, para otros la admisión de una verdad: las mafias le han declarado la guerra al Estado. Extraña guerra contra el Estado cuando se matan entre ellos. Raro objetivo cuando disparan hacia la izquierda y la derecha, como en las últimas seccionales.

Lo positivo del influjo de militares, sendos profesionales, es que tal vez le permita ver al presidente que nada gana graduando nuevos policías a medio entrenar. Y no debemos negar que Moncayo, un político, y Bravo, que conoce el desastre social de la frontera norte, bien que podrían ir en contra de la corriente que los puso en sus nuevos cargos.

Esperemos que nos sorprendan y por fin dejemos de construir castillos en el aire.