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Justicia sí, empatía no

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Para que no se repita la violencia con engaños, para combatir sus formas estructurales, seamos justos y no empáticos

Las jornadas del paro nacional fueron días de furia. El estallido social hizo aflorar sentimientos fratricidas en demasiados ecuatorianos. Mientras unos le exigían al presidente imponerse por medio de la represión, otros luego lamentaban que el paro haya terminado demasiado temprano como para hacerlo caer. Aunque los objetivos de ambos grupos eran diametralmente opuestos, los medios por usar y el precio por pagar eran fundamentalmente los mismos: la fuerza y la sangre.

Frente a tan grotesca agresividad, muchas veces acompañada de racismo, se levantaron voces dispuestas a denunciar a ese Ecuador violento e invitarlo a la empatía. Ellos no nos pedían que ataquemos con furia al Gobierno o ni si quiera que nos convenzamos de la conveniencia de los pedidos de la Conaie. Los profetas de la empatía nos rogaban que desarmemos nuestra razón y nos definamos por nuestros sentimientos.

Nos dijeron que nuestros prejuicios no nos permitían identificarnos con los manifestantes. Que éramos insensibles al no ver las escenas de lucha como las veían ellos: la pelea heroica del David popular contra el Goliat estatal. Si alguien denunciaba los ataques contra otros civiles, su respuesta era que la crítica era indolente. De repente, el paro no se trataba del programa económico o de la validez de las medidas de hecho o de excepción. Lo importante era la estética. La razón la tenían los que usaban los eslóganes, membretes y atuendos correctos.

Aunque sorprenda a sus proponentes, el sentimentalismo y el esteticismo de esa visión esconden la llave al fascismo. La misma llave que ya usan los que nos dicen que la represión es aceptable si restablece el orden aparente de las cosas de manos de gente uniformada. Porque no hay mayor diferencia entre el apoyo irrestricto a la fuerza pública solo por revestirse de los símbolos del Estado y el respaldo incondicional a cualquier agrupación que se presente como movimiento de masas. En ambos casos es la política de la sumisión total a las imágenes puras y la justificación de cualquier hecho bien maquillado.

Para que no se repita la violencia con engaños, para combatir sus formas estructurales, seamos justos y no empáticos.