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No hay Constitución que les calce

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

A pesar de todas sus falencias, ahora nos tocará cuidar a la Constitución de Montecristi de sus propios autores

En una reciente entrevista, el expresidente Rafael Correa expresó su deseo de llamar a una nueva Asamblea Constituyente, para llevarnos a lo que sería la vigésima primera constitución de nuestra joven república. En este país sobran los políticos que sin pensarlo mucho sintetizan la causa de nuestros problemas en la Constitución vigente y con su corta memoria exigen o bien la enésima constitución, o bien el retorno a una pasada.

En eso Correa no es sino uno más. Lo que lo vuelve extraordinario es que quiere cambiar su propia constitución para los siglos y refundir su refundación del Ecuador. Si bien ya vivimos algo parecido, y quizá hasta más vergonzoso, con las dos constituciones de la Gloriosa, la una redactada en 1945 y la otra apenas al año siguiente, porque a Velasco Ibarra no le gustó la primera, en este caso Correa quiere cambiar una que la hizo a su medida. ¿Por qué haría algo así con su proyecto? Él mismo lo revela.

Correa expresa que su problema es con la consulta y referéndum del 2018, porque según él sus enemigos “se han tomado todo”. Sí, muchos ecuatorianos, sin ser correístas, hemos sido críticos con el proceso de “descorreización” que siguió a la victoria del “7 Veces Sí”, los métodos problemáticos y los objetivos revanchistas del Consejo Transitorio, pero Correa no es una simple víctima consumida por su celo por las instituciones republicanas. Descalificando al plebiscito demuestra que no puede admitir una derrota legítima en las urnas y lo que promete después no es más que tomárselo todo igual que sus enemigos.

Todo, sí, hasta la Corte Constitucional. Una corte que tiene poderes exagerados porque él mismo se los dio pensando que gobernaría para siempre y que la tendría en el bolsillo como la tenían también los que la compraron hasta con factura. Una corte que, aunque a veces nos moleste con sus ínfulas de colegisladora, es un contrapeso necesario contra la ambición y la estulticia de presidentes y legisladores, bajándose decretos, como él mismo dice.

A pesar de todas sus falencias, ahora nos tocará cuidar a la Constitución de Montecristi de sus propios autores.