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César Febres-Cordero Loyola | El caudillo no quiere que le escriban

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Más que el reclamo de cinco funcionarios electos, parece la solicitud de cinco hijos temerosos a su padre castigador

“Querido Rafael”. Con un saludo íntimo, sin título, dirección ni membrete en la cabecera, así empieza la carta que cinco dirigentes de la Revolución Ciudadana le dirigieron a su líder. Preocupados por la situación de su movimiento, al que consideran sumido en una “crisis que se refleja en un momento de profunda desconexión con el país” y liderado por gente que “parece haber perdido el rumbo, la escucha y la cohesión interna”, estos alcaldes y prefectos le piden a su jefe máximo que les “conceda un espacio de diálogo”.

Toda la carta está escrita en un tono afectivo, miedoso, pero más que nada patético. El texto está repleto de expresiones de fidelidad y promesas de buen comportamiento. Más que el reclamo de cinco funcionarios electos, parece la solicitud de cinco hijos temerosos a su padre castigador, quizá pidiéndole que los lleven de viaje a la playa en vacaciones. Imaginémosla: “mira nuestras buenas libretas (…) acuérdate de que nunca nos hemos escapado de la casa (…) la familia no se va a romper, sino que terminará más unida”.

Al caudillo, como era de esperarse, no le gustó nada que cuestionaran sus decisiones. Como padre, así pudo haber sido su respuesta: “Nada de vacaciones en la playa. ¡Mejor acuérdense de su tío Jorge y sean más como el primo Aquiles!”.

Si bien es cierto que la RC no podría existir sin Rafael Correa, esa es una pobre justificación para quienes son parte de una organización que usa la C del apellido de su líder para adjetivarse de Ciudadana. Un verdadero ciudadano no tiene por qué rendirle pleitesía a nadie para serle leal, ni debería solicitar audiencias en privado para expresar su opinión sobre asuntos que le interesan a millones de sus conciudadanos que participan como adherentes y votantes de un mismo movimiento.

La ropa sucia se lava en casa, pero las opiniones no deberían ser como prendas que uno se pone y se saca todo el tiempo, y los partidos no deberían funcionar como la residencia privada de nadie. Mal por quien filtró esa carta, pero peor por los mezquinos y cobardes que se niegan a debatir abiertamente frente a sus militantes los destinos de su movimiento y de su país.