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Eso que nos une

Avatar del Carlos Andrés Vera

La corrupción es un fenómeno que trasciende la política y está incorporado a nuestro ADN social.

Un problema importante que enfrentamos como sociedad es la ausencia casi total de referentes. En buena medida por eso, el discurso populista con sus nuevas aristas de violencia, cala tan fácilmente en gente que vive en condiciones extremas. Ante la ausencia de historias de personas que surgieron de abajo a punta de visión, trabajo y valores, líderes que encarnan la sapada, la corrupción o la violencia llenan el vacío. ¿El resultado? Muchos ecuatorianos han decorado sus altares mentales con estampitas de sapos y ladrones. Surge entonces la urgencia de contrarrestar el fenómeno. El primer paso es buscar un elemento de unión. ¿Qué nos une? Lo primero que viene a la mente es el fútbol. Fuera de la tricolor se hace difícil encontrar temas donde los ecuatorianos podamos confluir. Se podría pensar que a la mayoría nos indigna la corrupción, por ejemplo. Pero no es verdad. La corrupción es un fenómeno que trasciende la política y está incorporado a nuestro ADN social. Varias mediciones muestran que a la mayor parte de la sociedad no le molesta que sus autoridades sean corruptas. Tampoco nos unen causas como el ambiente o conceptos como nuestra geografía, ya que en muchos escenarios actuamos como 3 o 4 países distintos, dependiendo de nuestro lugar de nacimiento. Tal vez uno de los pocos temas que nos une es la migración. Todos tenemos a alguien cercano que se fue; respetamos a quienes tuvieron el valor de enfrentar el desarraigo en busca de un futuro mejor. Y todo aquel que se va se convierte en nuestro embajador y en admirador del país; la distancia despierta esa nostalgia por todo lo que amamos y de un segundo a otro extrañamos con fervor: comida, paisajes, amigos, amores, cultura, tradiciones. La mayoría de ecuatorianos tenemos a los migrantes como referentes pues sus historias en su gran mayoría son de superación, de gente que empezó trapeando pisos y con el tiempo logró educar a sus hijos. El migrante no es un sapo, ni alguien que pretenda aprovecharse de la gente, ni demagogo ni dogmático. Es un trabajador al que deberíamos empezar a escuchar con mucha más atención, porque su ejemplo nos unifica y puede contener elementos y valores claves para que llevemos a Ecuador lejos de los rumbos de violencia y caos con que falsos referentes pretenden hipnotizar hoy a la sociedad.