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Carlos Andrés Vera | Demócratas frustrados

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Quienes alguna fe le guardamos aún, vamos por la calle soñando en pajaritos, como buenos demócratas frustrados.

Entiendo la democracia desde una perspectiva muy amplia: respeto irrestricto a los derechos humanos, libertades civiles, de expresión, elecciones libres (que incluyen el principio de no intervención en procesos ni resultados), instituciones independientes, justicia eficiente, combate a la corrupción, etc. Es en ese marco (mundo ‘konitos’ que llamamos), donde la democracia debería consolidarse y generar lo importante: un estado general de bienestar. Imagine estimado lector, cómo me siento cuando escucho a algunos de los bufones que tenemos por asambleístas, declararse defensores de la democracia. Asambleístas más pendientes de su vestir o sus cirugías de pómulo, que de sus electores. Electores que votaron sin saber quién estaba en la papeleta. Papeleta que seguramente alguien manipuló a conveniencia. Dan ganas de matarse.

El circo y la crisis no son solo locales. La democracia vivió tal vez sus mejores años después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Europa occidental marcó un camino que buena parte del mundo intentó emular. Esa Europa posguerra se reconstruyó, vio crecimiento económico, se institucionalizó, se integró y generó una cultura democrática y de consenso social. Hoy esos países ven a sus agricultores protestar ante políticas ambientales que ahorcan su aparato productivo. Promueven agendas públicas donde se discute el ‘binarismo o no binarismo’ de los ciudadanos. Han visto sus universidades ser tomadas por ideologías retrógradas. Y en paralelo, éxodos masivos reconfiguran su cultura. Allí donde la democracia y sus principios se valoraban, se escuchan nuevos cantos autoritarios.

En Latinoamérica dos extremos: el aún popular grupo de delincuencia organizada llamado socialismo del SXXI (robusto en corruptos y aliados del narco) y por el otro un Bukele que para tener éxito en el control de la violencia se tuvo que pasar por el forro a todas las instituciones de su país. Su éxito y popularidad son tales que es cuestión de tiempo para que el modelo sea emulado. A todas luces, la democracia se ha vuelto una utopía. Ni la mayoría de la gente la entiende, ni la mayoría de los políticos la practica. Quienes alguna fe le guardamos aún, vamos por la calle soñando en pajaritos, como buenos demócratas frustrados.