Beatriz Bencomo | Tinta fresca
En tiempos donde todo se digitaliza y desaparece, este volumen de 376 páginas insiste en existir de la manera más antigua
La verdad diminuta de esta semana llegó en dos cajas de cartón de la Imprenta Mariscal y pesa dos kilos ciento dieciséis gramos por ejemplar. Veinte copias de 1980-2020 Arte Contemporáneo en Ecuador, el libro que Pily Estrada Lecaro acaba de editar, invadieron mi comedor con su olor potentísimo a tinta fresca. En tiempos donde todo se digitaliza y desaparece, este volumen de 376 páginas insiste en existir de la manera más antigua: teniendo masa, resistiéndose a la evaporación.
El libro reúne una cronología construida con más de 400 fuentes y 29 entrevistas a artistas que marcaron la escena. No son interrogatorios académicos sino conversaciones. En una de ellas, Manuela Ribadeneira recuerda que su abuelo intentó enviar un telegrama desde Francia al Ecuador y la operadora respondió: “Aquello es imposible, señor. El Ecuador es una línea imaginaria”. La anécdota condensa algo que los ecuatorianos conocen bien: la sospecha de que existen solo a medias, de que el pasado necesita ser probado para no desvanecerse.
Pily Estrada, a quien conozco desde muy joven, sabe eso mejor que nadie. La vi desplegarse como voz de la cultura en Ecuavisa, luego directora de museos dormidos que volvieron a respirar y como estudiosa de la historia del arte de una nación que se olvida a sí misma con facilidad.
El volumen identifica cuatro períodos y el último se llama “¡Hay escena! ¿Hay escena?”, ese paso de la exclamación a la interrogación que cuenta toda una historia de expectativa y duda. Pablo Cardoso define así la pintura como “un acto de resistencia”. Óscar Santillán recuerda su primera exposición, que prohibía la entrada a humanos: el arte ecuatoriano existe como creación vibrante y este libro lo prueba.
En un país donde las instituciones tienen memoria de pez, crear un registro es un acto de soberanía. Pily lo hizo con metodología y tono de sobremesa. El Ecuador podrá ser una línea imaginaria, pero estos libros que pronto viajarán a otras mesas dicen otra cosa: aquí hubo gente que creó, que pensó, que resistió. Y alguien se sentó a conversar con ellos antes de que el olvido ganara la partida. Eso, en tiempos de evaporación digital, es un milagro que huele a tinta fresca.