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Andrés Isch | La última vez

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Llevemos al Ecuador a hombros del esfuerzo personal, sin excusas, sin atajos, sin trampas

La última vez que Liga jugó una semifinal de Libertadores yo todavía era un defectuoso subproducto del fútbol. Esa vez vi el partido como solía hacerlo, con nervios y pasión desbordada, cantando, gritando e insultando, como lo hacen muchos otros. La semana pasada fue diferente: estuve en casa, junto a mis hijos pequeños, disfrutando de su alegría y emoción, pero en paz, sin la irracionalidad con la que a veces los hinchas podemos convivir y que concibe al resultado como la ruta al cielo o al infierno.

Esplendor y crueldad conviven en el deporte. Los ahora profesionales, desde pequeños debieron madurar, enfocarse y también renunciar a mucho de lo que a un niño le hace feliz. La mayoría salió del barro, superando pobreza y tentaciones, con rutinas de sacrificio para ellos y sus familias que la mayoría de nosotros ni podemos imaginar. Y, aun con condiciones naturales privilegiadas, con desbordante talento y disciplina, la gran mayoría fracasará. El triunfo es para poquísimos, para los que, junto con una dosis de fortuna, exceden a la excelencia.

Por eso hay que apreciar la belleza del camino recorrido y el valor de aquellos que se levantan cada mañana con la misma determinación por triunfar, aun sabiendo que en la primera derrota serán pifiados o ridiculizados. Porque lo más importante es que durante estos procesos, como los que desde hace un tiempo llevan Liga, Independiente o más recientemente Católica, se forjan humanos con principios, solidarios con sus compañeros, que asumen responsabilidades y no negocian el esfuerzo.

Diecisiete años han tenido que pasar para que un extraordinario grupo de voluntades repita una semifinal. Todos queremos identificarnos con el momento, superar la etapa y soñar con una tarde mágica en Lima; como hinchas, también sentirnos corresponsables y dueños del resultado. Pero, si de verdad queremos homenajear a quienes adentro de la cancha generan este tsunami de alegrías, emulémoslos. Llevemos al Ecuador a hombros del esfuerzo personal, sin excusas, sin atajos, sin trampas, con el alma lavada y la frente en alto. Que dar la vuelta olímpica no sea el único motivo para abrazarnos con orgullo.