Vaciedades

Nunca imaginé que sentiría algo por ella. Graciosa, juguetona, al principio no llamaba mi atención, ni me inspiraba una caricia. Creo que se cansó de mi indiferencia. Quería jugar conmigo y yo nada. Pero ahí seguía. Emociones, comunicaciones, afecto, todo aquello de lo que está hecha la vida misma. Los años fueron pasando. Los últimos de su vida, de andar lento y silencioso, casi ni nos mirábamos. Acepté dejarme llevar por mis instintos. Algún trauma infantil no supo hacer de mí un ser más comprensivo, más humano, más tierno. Ahora que ya no está he sentido su vacío. No pude contener unas lágrimas cuando me enteré de su partida. ¡Yo que soy duro de llorar... lo hice! Ahora veo desde mi ventana que ya no está, que sus platitos de comida y bebida no volverán a llenarse. Que así como su área va a estar limpia, también va a estar triste, nostálgica. Es increíble lo que Coni, nuestra perrita que vivió 16 años con nosotros, después de emprender el camino a la eternidad en el cielo de las mascotas, haya logrado vencer mi rudeza y terquedad. No tuvo descendencia pero formó parte de la vida de mis 8 hijos y en el crecimiento de mis 12 nietos. Prácticamente cubrió 3 generaciones y cada uno ha sentido su partida. ¡También se merece unas oraciones! Es parte importante de la creación. La mascota... “es familia”. 19 de diciembre del año de las pérdidas. (2020)

Roberto Montalván Morla