La soberanía de opereta

Para elegir adecuadamente necesitamos razonar dónde realmente está la soberanía, y quien nos permitiría ejercerla.

El concepto de soberanía es uno solo, no puede ser modificado, como ningún otro concepto serio, a conveniencia personal. Soberanía es la capacidad de un Estado, a través de su pueblo o de su gobierno, de decidir sus propias reglas, sin injerencia de nadie. Ningún gobierno puede imponer su concepto de soberanía ni sus preferencias sobre dicho concepto para ese Estado o pueblo. Un gobierno serio está en obligación de hacer imperar el concepto imparcial, sin sesgo de ningún tipo, para hacer respetar a su pueblo. Algunos grupos políticos han recurrido al concepto de soberanía para denostar contra gobiernos o instituciones que no coinciden con sus propios pensamientos. Se oponen a acuerdos porque ciertas instituciones piden a cambio acciones de disciplina fiscal y ordenamientos jurídicos. Este tipo de “soberanía” (que en mi concepto no lo es en absoluto), es una de opereta, en especial cuando ese mismo grupo político aplaude y socapa acciones de similar índole (como obtención de créditos) por parte de países que imponen como condición la contratación de sus bienes y servicios, con intereses usureros y plazos cortísimos. Es un ataque a la soberanía muchísimo más grave la imposición de contratos onerosos, de condicionantes laborales, de imposición de contratistas, que la implementación de una organización fiscal que ha mostrado ser efectiva en otros países. Durante una década de gobierno se celebraron contratos ocultos al público (dueño del dinero y la soberanía), con tufo de irregularidades o sobreprecios, y muchas obras mal hechas por los contratistas impuestos, que poco a poco han mostrado sus defectos y falencias, sin que ese o esos grupos políticos hayan dicho esta boca es mía. Actualmente un candidato ha glorificado los créditos de ese país que abusó de la ingenuidad (¿o complicidad?) de ecuatorianos e impuso condiciones denigrantes, afectando al trabajador ecuatoriano, poniendo por los suelos la libre determinación de un país. La soberanía empieza por ser cultivada y fortalecida por cada individuo, con formación familiar, educación formal y cultura autoimpuesta. Las personas que se acostumbran a la obediencia y sumisión, que se dejan imponer conceptos o dogmas sin razonamiento alguno, son presa fácil de cualquier charlatán que habla de soberanía. Para elegir adecuadamente necesitamos razonar dónde realmente está la soberanía, y quien nos permitiría ejercerla.

Ing. José M. Jalil Haas