Necesitamos más disciplina en Guayaquil

Mi padre médico se graduó en la Universidad Central de Quito en 1921. Nació en Guayaquil, de padres guayaquileños, pero tuvo grandes amigos en la capital.

Los porteños nos caracterizamos por ser solidarios, amamos a la ciudad y deseamos su progreso. De allí que las grandes instituciones como la Junta de Beneficencia, el Hospital Luis Vernaza, colegios, etc., se da atención sin distingo de clase ni nacionalidad.

Las grandes invasiones de Guayaquil han sido ocupadas por nuestros hermanos indígenas, que emigraron para tener una mejor calidad de vida. Es casi el 50 % de la población que ha sido atendida por los alcaldes León Febres-Cordero, Jaime Nebot y ahora Cynthia Viteri.

Han legalizado las tierras, han puesto servicios básicos, hospitales cercanos, cementerio, escuelas y colegios. Los voluntariados ayudan a estos sectores de menos recursos.

Vivo en Urdesa Central y está descuidada por nuestro Municipio. Nosotros pagamos impuestos altos para beneficiar a las clases más vulnerables.

En mi niñez fui de vacaciones a la Sierra. Al pasar por un mercado, me impactó el trato poco humano que se le daba al cargador de víveres, doblado por el peso de un cajón de madera sobre su espalda.

Una familia que distaba mucho de tener humanidad con su servicio doméstico, los hacía dormir en una especie de bodega, donde almacenaban los sacos de granos, algo que en Guayaquil no sucedía.

El gran comercio informal sin ninguna higiene cobra y despacha en la calle, siendo el dinero lo más peligroso, por la gran circulación que tiene.

El Municipio ha hecho mercados, pero no han acatado que no pueden hacerlo en la acera, con toda la contaminación que emana el transporte público.

El montuvio poco emigra. Ellos son felices con la pesca y la agricultura. El guayaquileño de cepa ha sido noble, pero sí nos duele el maltrato que sufrimos por la indisciplina de nuestros compatriotas indígenas.

Laura Esther Gómez Serrano