Masacres planificadas

Desaparecido el narco mayor, Mashi, los menores tomaron las riendas del negocio instalando jefaturas en las cárceles, suavizando el COIP para hacerlos intocables, construyendo carreteras y pistas clandestinas (la Refinería del Pacífico costó $ 1.531 millones y cuando la Comisión Anticorrupción reclamó sobreprecio, la Corte Nacional archivó la denuncia y ordenó al juez Marco Maldonado calificarla de ‘maliciosa y temeraria’, amén de que la juez Matamoros lo declare culpable de calumnia). Lo recuerdan comprando radares chinos que detectarían vuelos narcos y que nunca funcionaron; expulsando la Base de Manta que controlaba guerrilla colombiana y movimiento de droga, e inventando una tabla de consumo para fomentar su venta en escuelas y colegios. Como no ven un gobierno dispuesto a combatirlos, siembran el terror introduciendo en las cárceles armamento pesado, dinamita, drones y equipos sofisticados de comunicación. Desde calabozos con licores, celulares, armas, esposas y aun piscinas, dirigen operaciones en comunión con carteles internacionales que han convertido al país en centro de acopio y distribución de droga. Sus reglamentos son crueles y permiten decapitar a los desobedientes. Desde las torres de control ordenan el menú a policías y guardias, que los envidian tomando el sol en hamacas. Mientras, el trío de la conspiración arremete contra Lasso, que no se amilana y que invocaría la muerte cruzada para poder gobernar.

Dr. Carlos Mosquera Benalcázar