Una lección para la democracia

Si bien errar es humano, yo prefiero que quien tenga en sus manos el poder de decisión sea un intelectual capacitado y no el popular pintero de turno.

Durante esta cuarentena en familia, mis padres me contaban que en sus 65 y 58 años de vida no recuerdan un escenario mundial tan caótico. Aunque en 2020 empezó la década con amenazas bélicas entre potencias, lo que puso de rodillas al mundo fue la temible COVID-19.

El virus asiático se expandió por la Tierra, cobrando más de 50 mil vidas humanas y deteniendo las actividades de media población mundial. Este panorama deja algunas reflexiones que como raza debemos entender y practicar: La humanidad.

Si bien es la cruel especie dominante, no es intocable y depende de la frágil benevolencia de nuestro ecosistema. Los actores sociales que más importan no corren tras un balón ni posan frente a las cámaras, sino que se sacrifican estudiando ciencia para salvar gente.

Eso sí, el opulente salario de cualquiera de los dos primeros ridiculiza las monedas del tercero. Un agricultor merece mucho más reconocimiento del que recibe.

De la buena gestión de los que elegimos como representantes políticos dependió nuestra vida y la de los seres queridos.

¿Qué buen papel pudo representar un farandulero poco preparado o una cara bonita ante esa emergencia? Bolsonaro eligió no tomar en serio el virus, minimizando su potencial impacto, y poco después Brasil era el país latino con más infectados.

Lenín Moreno, al comienzo dispuso una mesa en el aeropuerto de Quito para controlar la enfermedad, pero luego ya estábamos segundos. Algunos acusábamos a Yunda de exagerado, pero Quito afrontó con seriedad el problema y resultó mejor librado que otras ciudades.

Si bien errar es humano, yo prefiero que quien tenga en sus manos el poder de decisión sea un intelectual capacitado y no el popular pintero de turno. Eduquémonos, Ecuador, el voto es fortuna o condena.

Fausto Xavier Zambrano