Cartas de lectores: Recordando a mamá


Mi madre me cuidaba con amor, aunque muchos me veían rebelde. No era rebeldía, sino incomprensión

Mamá era linda. Todas las mañanas me ponía las medias blancas para ir a la primaria del colegio San José. No sé por qué eran blancas si nunca usamos uniformes, se podía ir con cualquier vestimenta. No recuerdo si a mis dos hermanos y dos hermanas también les ponía las medias. 

A lo mejor no, porque creo que a mí me quería más, por eso de que el hijo más problemático requiere más atención. Pero yo pienso, ahora de viejo, que no era problemático ni rebelde, sino incomprendido. Querían, en la casa y el colegio, que siguiera reglas, pero las reglas no iban conmigo. Por ejemplo, a mí me gustaban los aparatos de gimnasia olímpica, como las argollas, el caballete, el trapecio... Y estaba prohibido usarlos en los recreos, porque eran peligrosos. En las vacaciones frecuentaba mucho el Vicente Rocafuerte

Ahí había una sala grande con todos esos aparatos. Con la guía de personas capacitadas, algunos niños practicábamos frecuentemente, y aprendimos mucho. Pero el primer día de clases, en la charla de bienvenida a la secundaria el hermano inspector dijo que estaba prohibido usar esos aparatos olímpicos. Yo, acostumbrado a utilizarlos, en el primer recreo me subí a las argollas, desafiando a la autoridad. 

Agarré las argollas con mis manos y cuando metí los pies para empezar una rutina resbalé y caí sobre mi brazo derecho, fracturándome el codo y quedando totalmente torcido hacia atrás. Fui llevado a urgencias de la clínica Guayaquil. Todos decían, y mi mamá también, que por desobediente y rebelde me había pasado eso. Yo le dije: “no, mamá, no fue por desobediente ni rebelde; me caí por no llevar puestos los pantalones cortos con los que siempre entrenaba, sino unos feísimos de tela sedosa, largos hasta los tobillos (porque vestido así tenía que ir al colegio), que me hicieron resbalar y caerme.

Créame, no fue por rebeldía (no me comprendieron). Pasé en rehabilitación como tres meses y castigado el resto del año. Pero ese verano mi mamá me cuidó muchísimo y pasamos muy lindo. Con su hermosísima letra me ayudaba a hacer mis tareas, me daba de comer y me rascaba el brazo por dentro del yeso con una agujeta de tejer. Aún al recordar eso la extraño mucho. Y así podría llenar un libro entero de situaciones en las que mi querida madre tuvo que ir al colegio por mí, a pedido de algún profesor, para hablar sobre otros casos, a mi entender, de mi eterna incomprensión.

¡Abrazos hasta el cielo, madrecita! Seguro que tú también me extrañarás.