Cartas de lectores: La lluvia de mi infancia

Linda época que el tiempo se lleva

De pronto el cielo se oscureció en Santa Elena; eran apenas las 10 de la mañana y la lluvia con truenos y relámpagos causaba algo de temor. En los techos, una bulla incesante producida por el choque del zinc y el agua. Apresurados, los vecinos colocaban canalones improvisados de caña guadúa para llenar tanques. El agua de lluvia era muy dulce y buena para lavar, aseguraban las madres. Otros recogían la ropa tendida.

Los niños de la calle Manglaralto y Sucre se alborotaban, desobedeciendo los gritos de las madres: ¡No salgan, se van a resfriar! Ver la lluvia y sentir sus gotas era una sensación de felicidad infinita. Infantes de ambos sexos se concentraban en el gigante chorro de agua que caía del techo de la casa del salón Estelita, de un largo canalón de eternit. 

En torno al chorro, los chiquillos se bañaban, riendo, bailando y cantando. Que llueva, que llueva, la niña de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... La calle sur en los años 70 era la última del perímetro urbano, más allá solo había potreros, cerros, laderas, albarrada y ríos secos que con la lluvia cobraban vida. Muchos riachuelos quedaban frente a las viviendas y los niños sacaban sus cuadernos de hojas gastadas para hacer barquitos que colocaban en el cauce y que la corriente se llevaba. 

Era divertido observar cómo los barcos se perdían al final o quedaban atrapados en su ribera. Otros niños construían barcos de palo de balsa o madera y los hacían navegar en las lagunas o ríos pequeños que dejaba la lluvia al pasar. La mayoría de las calles de Santa Elena eran solo lastradas, quedando al final grietas en la vía por los ríos que se formaban. Mosquitos, grillos y luciérnaga formaban parte de la estación lluviosa. Entrando la tarde picaban, cantaban y alumbraban las habitaciones. 

Al amanecer, tras la lluvia, los niños recorrían la calle peinando cada espacio con la mirada al suelo encontrando, monedas de centavos y sucres, gritando de alegría cuando hallaban alguna. Al instante estaban en la tienda del barrio comprando galletas de vainilla, bambolinas, turrón, bolas de maní o chupetes artesanales. Atrapar saltamontes, grillos o mariposas era parte de las distracciones luego de la lluvia. Linda época que el tiempo se lleva, dejando buenos recuerdos al contemplar el arcoíris que domina el paisaje desde el cerro El Tablazo, atrapando con sus colores las torres de la iglesia de mi ciudad.

Evelio Patricio Reyes Tipán