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Amor en la montañas
La cinta habla del amor que lo vence todo, pero también de la arrogancia y la codicia capitalista.Instagram @wildmountainthymemovie

Amor en las montañas, una historia a la irlandesa

Fotografía de extraordinaria calidad y actuaciones irregulares son parte de esta cinta dirigida y escrita por el oscarizado John Patrick Shanley.

La testaruda y bella Rosemary Muldoon (Abigail Coburn/Emily Blunt) tiene como afán conquistar el amor, desde que era pequeñuela, de Anthony Riley (Darragh O ´Kane/Jamie Dornan), su vecino. El problema es que Anthony parece haber heredado una maldición familiar, permanece ajeno a su hermosa admiradora y tampoco se ha casado. 

Picoteado por los planes de su padre, Tony (Christopher Walken, Óscar secundario por 'El francotirador', 1978), que significan vender la granja familiar a un sobrino estadounidense llamado Adam Kelly (Jon Hamm, de la serie 'Los hombres de Madison'), crea situaciones inestables y el muchacho se ve obligado a perseguir su sueño más profundo… conquistar a Rosemary, que es lo que siempre anheló. Más aún cuando se entera de que Rosemary se ha besado, en Nueva York, con el intruso. Los celos están a flor de piel.

Estamos frente a una comedia romántica dirigida y escrita por John Patrick Shanley (Óscar 1987 por su guion para 'Hechizo de Luna') y que, a la vez, está basado en su obra teatral 'Más allá de Mulligan'. Solo que, para llevarla al cine, ha tomado el título de una canción folclórica irlandesa/escocesa titulada 'Brezos de una montaña salvaje', que da nombre al filme. Antes de seguir adelante, me permito sugerir a los lectores de esta columna que visiten YouTube y escuchen la versión de Joan Baez, así cuando vean 'Amor en las montañas', la canción en voz de Emily Blunt les será familiar y disfrutarán más de la película.

Ahora bien, la fotografía de este largometraje es extraordinaria por la belleza de sus imágenes: allí están prados y campiñas de verdores absolutos y que son característicos de Irlanda. La majestuosidad de sus farallones, acantilados, caballos, sus casas de campo y la utilización del rojo para puertas y ventanas. Es la naturaleza en su más pura esencia.

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Las actuaciones son irregulares: Emily Blunt, que es una gran actriz, se desempeña con habilidad pero eso no impide creer que el papel es demasiado pequeño para su talento. Jon Hamm sigue siendo el Don Raper de la exitosa serie (ya mencionada y que tuvo gran popularidad en las temporadas que fueron del 2007 al 2015). En cambio Walken termina apoderándose del rol y, por ende, la admiración del público pues es difícil olvidar su introducción en la película al escucharlo decir: “Bienvenido a Irlanda. Mi nombre es Tony Reilly… ¡Estoy muerto!

El problema básico de este filme es su idiosincrasia y el esfuerzo que despliega su director para lograr una película entretenida. No debió esforzarse tanto porque sí alcanza el sitial anhelado, aunque su libreto no llegue a la perfección de Hechizo de luna, cinta de la fabulosa Cher. Aquí Shanley ha preferido al sentimentalismo desbordante, mostrar fe en el amor absoluto, ese que vence todo obstáculo pero que a momentos le falta la chispa que hace del amor un fuego.

Pero allí no se detiene el filme. También sirve para mostrar arrogancia y codicia capitalista, algo de comedia física (las caídas de Anthony, el hablar con un burro, etc.), la tormenta, la tensión y emoción que proyecta la insuperable Emily Blunt y esa sensación de poemario que tiene la película, especialmente cuando surge este diálogo: “¿A dónde vamos cuando morimos?, pregunta Anthony. “A la tierra, al suelo”, responde Emily. “Entonces… ¿para qué es el cielo?”. “Nos sirve para este ‘ahora’”, Blunt.

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Lamentable que el final muestre confusión y aquí no lo comento porque arruinaría el epílogo de estos amores cinematográficos.

CALIFICACIÓN: * * *