
Venezuela es una carcel a cielo abierto
Hace 35 minutos se llamaba David. La policía no lo sabe todavía porque no lleva documentos encima. Pero es un joven estudiante de la Universidad Central de Venezuela y tiene una novia de 22 años, que responde al nombre de María Mercedes y tardará 15 mi
Hace 35 minutos se llamaba David. La policía no lo sabe todavía porque no lleva documentos encima. Pero es un joven estudiante de la Universidad Central de Venezuela y tiene una novia de 22 años, que responde al nombre de María Mercedes y tardará 15 minutos en atreverse a acercarse al cuerpo que hace 40 minutos se movía libre por el centro de Caracas.
Hace 50 minutos, el padre de David, que lleva el mismo nombre, habrá marcado insistente el número de celular de su hijo para recordarle que ya era tarde y que resultaba mejor que se quedara en casa de su novia, hacia dónde se dirigía, en el municipio Sucre. Ahora, desconcertado en la mitad de la calle, gritando el nombre de su hijo que también es el suyo, da las primeras pistas de un crimen que la policía no sabe cómo resolver más que con la rutina. Foto, libreta y apuntes. Una condolencia oficial. Levantamiento de cadáver. Marcha atrás.
Hace 60 minutos que David, el hijo, había salido por cuenta propia de su Universidad y en lugar de moverse en un vehículo mortuorio, usaba las piernas para encontrar transporte público.
Hace 120 minutos que su novia había hablado con él y le había pedido que tuviera “mucho ojo”, que es el mejor consejo que se le puede dar a un venezolano que se atreve a deambular de noche.
Después de una hora, en la escena no quedará la policía ni la familia ni la víctima ni el equipo de prensa al que acompaña Diario EXPRESO para constatar lo evidente. Venezuela tiene un nuevo deporte extremo nacional: salir a la calle.
Los índices de inseguridad del país, el más violento de américa del Sur; de Caracas, la segunda metrópolis más insegura del planeta; y del interior de la nación, donde aún las pequeñas ciudades fronterizas han registrado repuntes de homicidio que superan al de las grandes ciudades de Ecuador, empujan al país a una vida de sigilo exagerado.
En Ecuador, un fin de semana con siete asesinatos puede causar conmoción suficiente para que la prensa, incluyendo este Diario, dedique aperturas de página. La última vez que sucedió fue en mayo. En Caracas, durante ese mismo fin de semana, el registro de la morgue marcó 72 víctimas mortales. No fue el peor. El atropellado y vergonzoso índice de inseguridad de la capital venezolana llevó a cerrar el 2015 con 5.235 muertes violentas, según las cifras oficiales. Los número independientes son aún peores. El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas cifra la desgracia en una asesinato cada 24 minutos, lo que es igual a más de 22 mil al año.
La policía no dará muchas vueltas. El 70 % de los homicidios se resuelven como “ajuste de cuentas”, según el Observatorio Venezolano de Seguridad. Y aunque su presencia se extienda por casi todo el territorio nacional, con barricadas móviles llamadas alcabalas, nadie puede sentirse seguro.
Noraima del Valle, una colombiana radicada desde hace 30 años en la capital venezolana, lo sabe bien. Hace tan solo cuatro meses que encontró a su esposo descompuesto en un barrio caraqueño. La investigación concluyó que había sido asesinado en el sitio. ¿Qué hacía allí en medio de un barrio peligroso a mitad de la noche? Simplemente entregaba documentos a una alcabala, donde lo secuestraron y tras negarse a desbloquear su teléfono para llamar a pedir rescate, terminó con dos balas en la cabeza. No eran ladrones disfrazados de policías. Eran policías. Cinco. Dos de ellos están presos. Pero la modalidad se ha vuelto muy popular como para acabarlo con dos prisioneros.
A pesar de ser un país prácticamente militarizado, los venezolanos presumen de sobrevivir a cada día. Por las noches, incluso las avenidas principales lucen desérticas, los centros comerciales cierran a las 19:00, los bares a las 22:00, las discotecas incluyen desayunos para evitar el regreso en la madrugada y la vida social se ha reducido a los grupos vecinales de whatsapp donde se informa todos los días de un carro sospechoso, un intento de robo, un tiroteo.
El encierro, ciudad adentro, es solo el reflejo de una vocación nacional revitalizada por la pérdida de control de los colectivos armados, grupos chavistas que ya no responden a la voluntad del partido oficialista, y de un Gobierno que lleva el toque de queda a escala país.
Ante las condiciones de vida, el desplazamiento de venezolanos hacia el exterior es cada vez mayor y la amenaza de una fuga de cerebros con proporciones de hemorragia han llevado al decadente gobierno de Nicolás Maduro a lo que mejor hace: cercar los problemas que debería solucionar. Este semana, en lugar de dictar políticas que intenten volver la vida en el país lo suficientemente decente como para no tener que abandonarlo, el Gobierno decretó que los títulos venezolanos no será reconocidos fuera del exterior. Una medida que sumada al filtro indescriptible de las fronteras, el control de cambio y la huída masiva de aerolíneas por el impago del país, convierten a Venezuela, cada vez más, en una especie de cárcel a cielo abierto, donde la única salida visible está dentro del país, en el centro de Caracas: hacia allá prevén marchar los venezolanos de toda la nación en la mayor convocatoria opositora de la era Maduro, el próximo jueves 1 de septiembre.