La universidad ultrajada

Le presto el título del presente cañonazo al respetado y añorado maestro, exrector de la Universidad Central del Ecuador y autor de una obra clásica así designada: el doctor Alfredo Pérez Guerrero.

Me he acordado de dicho texto que narra los atropellos que algunas de las dictaduras militares que ha sufrido nuestro país realizaron en los claustros universitarios, en razón a los ultrajes que ahora está sufriendo mi universidad: la Universidad de Guayaquil.

Si antes los protesté y repudié como dirigente estudiantil, ahora me resulta obligatorio hacerlo con el dolor de que el bochorno lo generen los propios líderes universitarios en una degradante disputa de poder que nada tiene que ver, en los términos y medios que utiliza, con la majestad de un centro de educación superior.

¡Qué pena que mi ‘alma mater’ sea objeto de informaciones periodísticas que lindan con la crónica roja!

¡Qué pena que la primera página que le dedican los diarios porteños no esté relacionada con un logro académico sino con actos vandálicos cometidos por los partidarios de uno y otro aspirante a rector!

¿Aspirante a rector? Sí estimados lectores. La decadencia es tal que ahora se disputan su conducción, no importa su deslustrado PhD, gente que sería digna de dirigir cualquier otra cosa que no sea una sede de todas las razones, una fuente de luz y pensamiento, tal cual concibo a una universidad digna del nombre.

Ojalá a la fecha de esta publicación ya se haya resuelto una situación que la comunidad universitaria porteña no puede seguir tolerando con impasibilidad.

Ya sufrimos la vergüenza de todos los acentuados rumores respecto a malos manejos de los siempre escasos recursos económicos de la Universidad de Guayaquil. Ver la actual pugna da lugar a pensar que esta se produce por la voluntad de manejar con igual falta de pulcritud, los escasos fondos que todavía quedan.

Respecto al tema, que ya ha motivado la presencia de la policía en los predios otrora sagrados, las autoridades de educación superior no pueden seguir lavándose las manos, bajo pretexto de respetar una autonomía que ya fue violada.