
Ultimos tiempos en Guayaquil
Al principio todo fue bien, reunió a sus numerosos hijos e hijas en el hotel Atahualpa para conocerlos, pues por su larga ausencia había olvidado el rostro de la mayor parte de ellos y no tenía idea de quiénes eran. Se volvió a cortar el cabello en la peluquería de su amigo Julio Niama como había sido su costumbre de siempre, cantó en el show de Hilda Murillo en el Canal 4 de la Televisión, vendió sus grabaciones y consiguió varias presentaciones personales, pero se lo veía cansado, avejentado, carcomido y de paso algo ronco, quizá porque le faltaba la voz.
En el Coliseo Huancavilca fue abucheado, pues ya no era el de antes y estaba tan pobre que aceptaba cualquier contrato, inclusive fuera de la ciudad, como cuando tuvo que viajar a una presentación nocturna en Babahoyo con sus amigos los músicos Fausto Huayamave y Hugo Reyes y al regresar bien entrada la noche se le dañó su carrito de segunda mano marca Renault, modelo R-12 y tuvo que tomar un bus que pasó por el carretero y venir a Guayaquil a pedir la ayuda de su amigo Carlos (ta-te-ti) Morán a quien mintió diciendo que el vehículo se encontraba estacionado cerca de Durán cuando en realidad estaba lejísimo. Felizmente el asunto tuvo un feliz desenlace en horas de la madrugada, pues “entre los dos remolcamos el carro con mi Chevrolet del 53 ayudados por unos cordeles de tender ropa”.
En un especial en vivo en el Canal 4 no dio el tono y dijo que se sentía mal. Lucho Gálvez se le acercó. Julio agregó: “Es momentáneo, algo que me cayó mal”.
Sus numerosos émulos le habían dado fama de bisexual, a él, el machista por excelencia, según él mismo se decía. En otra de sus presentaciones en el teatro al aire libre Bogotá al pie del cerro del Carmen, un grupo de jovencitos lo insultó y tuvo que retirarse del escenario. Esa noche juró no volver a cantar en Guayaquil y para sobrevivir conservó únicamente el programa de una hora diaria llamado ‘La Hora de J. J.’ en Radio Cristal, viviendo en humilde pobreza y solo de las escasas propagandas que obtenía su esposa, pues no había ahorrado un solo centavo de los cientos de miles de dólares percibidos por su arte en los veintiún años de constantes giras por toda Latinoamérica.
A fines del 77 un productor de los Estados Unidos llamado Eduardo Jairala llamó por teléfono al requintista Ney Moreira y le solicitó grabar dos discos de Julio con doce canciones cada uno. El asunto se pactó en la soda bar El Flamingo de Guayaquil y tras el regateo acostumbrado quedaron en que Julio, que ya empezaba a sentirse enfermo, recibiría tres mil dólares y los músicos del acompañamiento dos mil.
Efectuadas las grabaciones y enviada la cinta el productor llamó a Moreira a las tres de la mañana para decirle que lo había estafado y que esa no era la voz de Julio si no la de algún imitador; sin embargo, se grabó un long play doble titulado ‘Julio Jaramillo recordando sus grandes éxitos’ en el sello Angelito con arreglos y dirección musical de Ney Moreira.
Julio ya no afinaba porque no le daba la voz y se lo escuchaba descuadrado y terriblemente mal, su voz estaba destrozada porque debió haber tenido alguna lesión que le impedía hacer un esfuerzo en el vientre y sacarla del plexo, por eso andaba depresivo, con el ánimo bajo.
Su amigo Elías Vera ha referido que por esa época y estando un día a eso de las nueve de la mañana desayunando en el ‘Flamingo’, se le acercó Julio y contó sobre la enfermedad que padecía ( estaba enfermo del hígado, de los riñones, de todo ). ‘Elías, yo ya no quiero vivir, ya he disfrutado bastante’ - “Vivir es bonito, la vida es lo más bonito que existe”... fue mi respuesta, pero no lo convencí.
En otra ocasión el mismo Vera dice que Julio llegó al Rincón de los Artistas y armó una serenata para cantarle a doña Polita, quien vivía en Brasil y la Octava porque estaba cumpliendo años, pero allí se sintió una tristeza inmensa porque a Julio ya no le daba la voz como antes. “Luego yo canté música de las madres y otros temas. De pronto doña Polita abrió la ventana y todos gritamos ‘Viva la Santa’”. La señora nos invitó a pasar a su casa y una vez dentro vi la humildad y sencillez con que vivía la madre del Ruiseñor de América.