Los tres ingenieros que crearon a Lucía, la robot que mantiene ordenadas las perchas del supermercado, trabajan en otro que atienda y hable con los clientes.

Los tres padres de Lucia

Otro robot. Los tres ingenieros que crearon a Lucía, la robot que mantiene ordenadas las perchas del supermercado, trabajan en otro que atienda y hable con los clientes.

Es jueves por la mañana, pero la víspera de fin de semana y la época navideña ha motivado a más de uno a visitar con anticipación el supermercado. Dos deportistas han entrado en busca de frutas, una señora y su hija han ido por carnes. Angelina se detiene frente al stand de guirnaldas y esferas de colores. De pronto, un sobresalto. Una silueta ovalada, blanca, con apariencia metálica que parece la protagonista de una película de ciencia ficción, se estaciona a su lado. Es Lucía, la primera robot perchera ‘made in Ecuador’ que opera en el área de servicios.

- ¡Qué susto!, dice, entre risas, mientras busca al humano que, ella cree, la está manejando. Pero le ha bastado segundos para percatarse de que Lucía anda y hace su trabajo de forma autónoma. Lo que no ha visto es que a unos pocos metros Víctor, Emmanuel y Erick, los padres de Lucía, se entretienen con su reacción.

Los tres jóvenes politécnicos dieron vida al robot. Un arduo y audaz trabajo que, dicen, tardó 18 meses entre prueba y error. Víctor Merchán, ingeniero en Logística de 30 años, cuenta cómo se dio la hazaña.

Todo empezó, relata, cuando su jefe lo retó a brindar una solución al desorden que usualmente se genera en las perchas: productos sin precios, con valores errados o artículos faltantes en las pechas pese a que hay existencias almacenadas en las bodegas.

-Tenemos un surtido de 12.000 tipos de productos, pero nos dimos cuenta de que pedir a una o varias personas que controlen todo esto es ya, por sí, una tarea complicada.- Fue entonces cuando propuso recurrir a la inteligencia artificial.

Sentado en una oficina del edificio matriz de su empresa (centro de Guayaquil), Merchán cuenta que se pasó seis meses consultando a empresas americanas, pero solo halló ofertas de alquiler de robots y con trabas para su importación. “Al traerlo como un servicio, solo podía permanecer de seis meses a un año en el país. Pero eso no nos convenía. Por eso, aceptaron la propuesta de fabricar su “propio robot”.

La idea ya la había maquinado junto a Emmanuel Morán y Erick Miranda, ingenieros en Telemática y Electrónica. Sin cavilar mucho, decidieron en febrero y mayo de este año sumarse a la empresa y a esta aventura que antes solo habían experimentado en laboratorios universitarios. “Cuando escuchamos la propuesta sentimos mucha emoción, no tuvimos nada de miedo”, dice Morán, de 23 años, quien también se ha dado cita en la oficina, ubicada a escasos metros del taller que montaron improvisadamente para ensamblar a Lucía.

En ese lugar, cuenta, comenzaron por diseñar su cerebro y a programar el almacenamiento y reconocimiento de datos que, posteriormente, le permitirían hacer un escaneo y el registro de su tarea. Para ello, cuenta Morán utilizaron durante tres meses más de 5.000 imágenes etiquetadas para que fueran reconocidas y analizadas por su ‘red neuronal’. “Fue como enseñarle a un niño: cuando él es pequeño, no sabe nada; cuando le muestras un perro, el niño aprende a identificarlo con el tiempo”.

Eso no fue lo más difícil. El reto real fue lograr conectar el cerebro con la estructura interna de su cuerpo, que incluye motores, sensores, baterías... El paso final, fue la fachada: fibra de vidrio como piel y dos ruedas para moverse.

Fue arduo, reconocen. Incluyó noches en vela y largas jornadas sin distinguir entre sábados y domingos. ¿Cuándo decidieron que el robot tenía que ser mujer y que debía llamarse Lucía? El nombre, dicen, se definió en medio de un juego de azar dos días antes de la inauguración del local. Su género lo definieron los patrones internacionales que, tradicionalmente, atribuyen a los robots nombres de mujer. ¿Por qué? Porque son difíciles, dice entre risas, Morán. Merchán prefiere achacarlo a “que son perfectas”. Lucía, acota, puede hacer su tarea en una hora, cuando un trabajador normal se toma hasta seis.

De vuelta en el supermercado, los tres jóvenes ingenieros, con computadora en mano, hacen una demostración de cómo Lucía escanea códigos y los envía a una central para advertir de los errores a sus compañeros humanos. Algo que clientes como Angelina agradecen. “Es tedioso y, usualmente, sucede que tienes que caminar hasta la caja para consultar precios o pedir tal producto”, dice. Parada aún cerca a la percha que destella decoraciones y luces navideñas, menciona lo importante que es que las empresas recurran a estas iniciativas para mejorar la experiencia del público. Aunque lo piensa y se muestra escéptica sobre el nivel de perfección que pueda tener cualquier robot. “Creo que siempre habrá fallas. Si un humano comete errores, imagínese un robot”, duda.

Sus creadores no lo refutan. Las pruebas de funcionamiento no han cesado en las últimas semanas. Incluso, revelan, Lucía volverá en breve al ‘quirófano’ para ampliar sus funciones. La sueñan más esbelta. Sumarán un metro más a su 1,20 metros de estatura para que alcance las etiquetas de las perchas más altas. ¿Interactuará con el público? Merchán, con una sonrisa y cierta timidez, dice que no. Pero no se aguanta las ganas de adelantar que el próximo robot sí tendrá esa habilidad. No será tan operativo como Lucía, sino más enfocado al servicio al cliente. Podrá guiarle o difundir ofertas. Otro desafío, en el que ya se trabaja.

“La tecnología no elimina empleos, los modifica”

Lucía es el primer referente de la llamada Cuarta Revolución Industrial que opera en el sector de servicios del país, una tendencia que desde hace dos años ya ha venido filtrándose en los campos de producción y logística.

En el primero, destaca la multinacional Unilever que invirtió en un robot para la elaboración de helados; en el segundo, Corporación GPF, Alimentsa y Cargill.

Un estudio del Banco Mundial y la Universidad de Oxford advierte que la robotización en los países latinoamericanos afectaría en el largo plazo a más de un 60 % de los puestos de trabajo.

Los creadores de Lucía desestiman ese impacto. Ellos creen que la tecnología no está para eliminar trabajos, sino para modificarlos.

“De todas las profesiones que existían hace un siglo, apenas persisten el 1 %. Esto se debe a que la mayoría ha evolucionado”, sostienen. Lo que hay que hacer, proponen, es capacitar a más profesionales para que vayan a la par de la transformación.