Sordos ante el grito

Diecisiete personas murieron abaleadas en una escuela. Esa es la última noticia de este género que ahora se lanza, una vez más, desde Florida. Pero no es solo ahí, en otros estados de la Unión Americana, en otros países, en otras latitudes, adolescentes se vuelcan contra pares o educadores para dejar firmada su rabia, su abandono, su trauma, su desazón.

La premura, la urgencia, nos lleva a pensar de inmediato en la prohibición de armas para adolescentes que, en efecto, ayudaría a sincerar y le daría más sentido a una sociedad que pide documento de identificación a un joven para darle una cerveza y que no repara en poner un revólver o un fusil en sus manos. ¿Pero esa es la solución final? ¿Ese es realmente el problema?.

Las armas, como las drogas y el alcohol, se podrían encontrar también de manera ilegal; y si no fuese con estas, habrá un vehículo al que propulsar como máquina asesina o un cuchillo o un hacha, o cualquier otra forma de dañar y destruir. Por ello, nuevamente, pedimos ir al fondo mismo para descubrir el problema, la causa real de estos crímenes tan crueles como innecesarios. Y es que estamos cada vez más insensibles y sordos ante el grito de una niñez y de una adolescencia que nos piden camino, que nos demandan modelo y ejemplo, que nos exigen y gritan por una cancha trazada.

Con los garantismos damos todo, sedemos a todo y eludimos las exigencias que permiten al ser humano crecer equilibrado y bien; los niños y jóvenes de hoy reclaman acompañamiento, escucha, atención, pero también nos piden límites claros: un “hasta aquí”, normas intransigentes que padres y educadores debiésemos dar.

Proteger a la infancia no es guardarla de todo, ni evitarle fracasos ni dolor; proteger al adolescente no es aplaudirle sin exigencia y permitirle todo sin responsabilidad. No son ellos los que fallan, somos nosotros, esta generación de padres, abuelos y educadores que no hemos sabido construir su interior, su humanidad, para forjar personalidades equilibradas que entreguen las respuestas justas y adecuadas, y que sepan levantarse por sí solos cuando han caído. Oigamos el grito.