El sistema democratico se recupera en America Latina

El premio nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa (Varguitas, como lo llamaba su tía y primera esposa), en uno de sus últimos libros nos hace una confesión sobre su propia historia intelectual y política. Su juventud fue impregnada de marxismo. Contrariando a su familia, que quería que entre a la Universidad Católica (en esa época de los ‘niños bien’ peruanos) se matriculó en la universidad San Marcos para estudiar Letras y Derecho, donde recibió sus primeras lecciones de marxismo. Los comunistas peruanos, dice, éramos pocos pero bien sectarios. Con la lucha de Fidel Castro y sus barbudos en la Sierra Maestra y la victoria de la Revolución cubana se reavivaron sus ideas. Creía que dicha Revolución se identificaba con la imposición de un socialismo no sectario, que permitía la crítica, la diversidad y hasta la disidencia. Su simpatía con el nuevo gobierno de la isla duró buena parte de los años sesenta, y viajó cinco veces a Cuba. Luego se fue apartando del marxismo con la creación de la UMPA, conformada por las Unidades Movilizables de Apoyo a la Producción, que escondían los campos de concentración donde fueron mezclados contrarrevolucionarios, homosexuales y delincuentes comunes. Posteriormente estuvo en la URSS, donde no existían ni prostitutas, ni ladrones (en ese aspecto, me consta que no lo dejaron ver mucho), pero sí existían la pobreza, los borrachos tirados en las calles y una claustrofobia colectiva por la falta de información sobre lo que ocurría allí mismo y en el mundo, a más de la existencia de los campos de concentración, los asesinatos y el terror.

Su ruptura con Cuba vino por el ya casi olvidado caso Padilla, el de un intelectual participante de la Revolución cubana que llegó incluso a ser ministro de Comercio Exterior. El haber hecho críticas a la política cultural del régimen le valió ataques con virulencia de la prensa oficial y luego ser encarcelado por la acusación disparatada de ser agente de la CIA. Cinco intelectuales redactaron desde Barcelona una carta de protesta, respondiéndoles Fidel Castro que eran servidores del imperialismo y que les prohibía pisar Cuba por tiempo indefinido.

El cambio ideológico. Con la lectura de libros escritos por diversos autores y estudiando la realidad de los países democráticos se dio cuenta de que la democracia burguesa no era una mera apariencia detrás de la cual se ocultaba la explotación de los pobres por los ricos, sino la frontera entre los derechos humanos y la libertad de expresión. Era la diversidad política frente a los comunistas y sus jerarcas que imponían consignas dogmáticas o desaparecían a los disidentes.

Con sus imperfecciones, la democracia reemplaza la arbitrariedad por ley y permite elecciones libres, y partidos y sindicatos independientes del poder. Ha habido errores: recordemos que algunos regímenes fracasaron por querer estimular la libertad económica siendo despóticos, como fueron los gobiernos militares.

Ya el comunismo dejó de ser un peligro. Basta observar la disolución de la URSS. China Popular se ha convertido en un régimen capitalista autoritario. Cuba vive del turismo norteamericano y de la ayuda de los inmigrantes que lograron salir. Además han perdido la ayuda que les daba Venezuela en petróleo. Corea del Norte y Venezuela son dictaduras que están a la vista de todos. No pueden ser modelo para nadie.

Pero el populismo es una política irresponsable y demagógica de la que ni los países de tradición democrática se libran, como Gran Bretaña, con el brexit; Francia, con el Frente Nacional de Marine Le Pen; Holanda, con las encuestas a favor de un partido nacionalista, y Estados Unidos con Trump.

El populismo no funciona. Por desgracia, la mayoría de nuestros países latinoamericanos no tienen la cultura política suficiente como para que los electores no se dejen engañar fácilmente con promesas populistas. Aparece lo que el filósofo Karl Popper llamó “el espíritu de la tribu”. El pueblo empieza a ser fácilmente manejable.

En esa forma se ganan elecciones, tras elecciones. Se limita el poder de la prensa y los jueces y fiscales solo reciben órdenes. Pero llega un momento que el pueblo se harta. Saltan los negociados, se descubre que las obras fastuosas no funcionan o están mal construidas. Los nuevos ricos no esconden los millones de coimas recibidas: se construyen o compran bellos palacetes y se pasean en los vehículos más costosos. Por suerte aparece algún juez, como en el caso “Lava Jato”, que se la juega todo, denuncia y sanciona hasta que el “espíritu de la tribu” se da cuenta del error. Para que una nación pueda salir de estos atolladeros seudonacionalistas, hay que tener el valor de dar a conocer los atracos que se han dado como consecuencia de su voto poco pensado. Con una prensa libre, sin estar controlada por el Estado, se puede conseguir mucho.