Ritual. Su templo de adoración no es una iglesia sino una peluquería, donde la cofradía comparte el pulque.

Una santa ahuyenta a los ‘hipsters’

La cultura hipster es una subcultura de jóvenes bohemios de clase media-alta que se establecen por lo general en barrios que experimentan procesos de gentrificación.

E sta no es una procesión como las otras. Entre lo sacro y lo profano, una veintena de fieles caminan en penitencia, pero con alegría. No es domingo ni día feriado, es un miércoles cualquiera en la Ciudad de México. No comparten el vino y el pan, sino la cerveza y las frituras. No van a una iglesia, sino a una pulquería, donde beben de un elíxir tan prehispánico como mestizo. No se congregan para recibir un sermón, ellos toman la palabra para contar lo que les aqueja, para hacer comunidad. Ellos son los devotos de Santa Mari La Juaricua, que ampara a los vecinos de los desalojos, la especulación inmobiliaria y el cambio de la identidad del lugar en donde viven, dos barrios icónicos en el corazón de la metrópoli, Santa María La Ribera y la colonia Juárez.

El llamado fenómeno de la gentrificación es intuitivo, pero a la vez complejo. Una persona compra o renta una propiedad en una zona popular o pauperizada de la ciudad. Los precios son bajos, la ubicación es ideal y, en algunos casos, el encanto del barrio es especial. La oportunidad es tan buena que se mudan cada vez más inquilinos. Surgen negocios para la nueva clientela, se construyen edificios, a veces aumenta la oferta cultural y, con ello, sube el precio de los alquileres y de los servicios, hasta que los habitantes originales no pueden pagarlos y están bajo una amenaza constante de ser expulsados de sus hogares. El que paga se queda y el que no, se va.

La procesión arranca miradas de las personas con las que se topa. La santa lleva gafas, un sencillo vestido blanco y guaraches (sandalias). Es un movimiento más artístico que religioso. Su imagen está diseñada para unir la identidad de ambos barrios con símbolos comunes. De repente, hay arengas y muestras de solidaridad. “Sálvame de las malas prácticas, líbrame del desplazamiento”, clama Ángel, uno de los miembros de la cofradía, por todo lo alto. “Sálvame...”, repiten los fieles en coro. Y siguen mientras se abren paso por las calles de la Santa María la Ribera: “Del desalojo... del incremento abusivo de la renta... del alza desmedida del predial... del voraz casero y del mal inmobiliario... sálvanos de la gentrificación”.

“Es básicamente una lucha entre clases sociales por el espacio de las grandes ciudades del mundo”, explica el geógrafo Luis Alberto Salinas, de la Universidad Nacional Autónoma de México. El carácter anglófono del término hace que algunos de los fieles de Santa Mari La Juaricua prefieran llamarlo aburguesamiento o blanqueamiento. Y no es casual. En México, el color de la piel se ha asociado desde tiempos de la Colonia con el poder y la posición social.

Los ejemplos más notables de zonas gentrificadas en la Ciudad de México son la Colonia Roma y la Condesa, conocidos como los barrios cool de la capital. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX ahí reinaban las vecindades y los comercios modestos, pero ahora lo hacen las tiendas hipster, los lofts y los locales de comida gourmet. La gentrificación se ha extendido por casi toda la ciudad y se ha agudizado en la Delegación Cuauhtémoc, donde están la Roma y la Condesa, pero también la Juárez, la Santa María La Ribera y el centro histórico de la capital mexicana.

Las ofertas y las presiones para que los vecinos vendan sus propiedades se han vuelto agobiantes, incluso para las primeras olas de gentrificadores. Un apartamento de dos recámaras costó al artista Luis Morales 200.000 pesos (10.000 dólares). Hace unos meses, una inmobiliaria le quería dar dos millones de pesos (100.000 dólares). “No te voy a mentir, la tentación es grande”, admite.

Los alquileres han aumentado un 40 %

La familia de Mary Gloria ha vivido en la popular Colonia Guerrero por cuatro generaciones. Acusa que los nuevos proyectos urbanos los han confinado a vivir en un gueto y que los negocios tradicionales han quebrado por la llegada de supermercados.

Al frente, Jorge Baca, vecino de cuarta generación de Santa María la Ribera, asegura que hace cuatro años pagaba una cuota anual de predial de 325 pesos (16 dólares), hoy cubre 1.898 pesos (95 dólares) al bimestre. Un aumento del 3.500 %. “El cambio ha sido brutal”, lamenta Baca, cofundador del rito de Santa Mari la Juaricua. Todos tienen dos aspectos en común. Se resisten a ser desplazados y viven en la Delegación Cuauhtémoc. También han subido los alquileres. En la Roma, las rentas han aumentado en tres años más del 40 %; un 30 %, en la Condesa y un 27 %, en la Doctores.