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A la hora de almuerzo y en las tardes se forman filas de personas que buscan acceder a los servicios del albergue.Henry Lapo/ EXPRESO

En San Diego, el dilema está entre la caridad y la seguridad

Los moradores acusan agresividad de algunos que acuden a un albergue. Sus gestores aseguran que hacen controles y analizan cómo mejorar la situación

En cuanto amanece en la calle Tumbes, en el barrio San Diego, ubicado en el centro de Quito, los vecinos del sector se ponen en alerta. Algunas personas se acercan a pedirles dinero o comida, pero de forma muy agresiva. Los moradores aseguran que se trata de quienes abandonan el albergue San Juan de Dios.

“Han llegado hasta decirme que me van a pagar con cuchillo”, cuenta Rosa Guaminga, la propietaria de una tienda de abastos del sector. Ella tiene un palo que ha usado varias ocasiones para defenderse y con el que ha evitado que estas personas se le lleven su mercadería. “No es justo. Uno también trabaja para mantener su familia. Nos tratan como si tuviéramos obligación de darles comida o dinero”, reclama la comerciante.

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No es la única afectada por esta situación. A Mayra Ibarra, quien vive diagonal al albergue, también la han abordado y no precisamente de la forma más amable. “Piden de forma agresiva, casi amenazante. Y cuando uno le pide al guardia del sitio que nos ayude, no lo hace”, explica.

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Otro de los problemas que reportan los habitantes del tradicional barrio de San Diego es que los beneficiarios del albergue se quedan merodeando por las calles cercanas, luego de recibir la atención que ofrece el albergue. Se acuestan en las veredas, cambian los pañales de los bebés en los portales y dejan la basura, aseguran los preocupados moradores.

Estas personas llegan y nos dicen que les demos comida, nuestra mercadería o dinero como si tuviéramos la obligación de darles. Son muy agresivos.

Mayra Ibarra,
​moradora de San Diego

“Algunos incluso se sientan a fumar en las gradas de las casas. No son todos, pero podría decir que un cincuenta por ciento tiene esos comportamientos”, dice Jorge Vera, presidente de este barrio.

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Un equipo de EXPRESO constató un día, entre semana que, a las 12:30, quienes ya han almorzado salen del albergue, se quedan conversando a una distancia de 20 metros del sitio. Cuando se percatan de nuestra presencia, prefieren retirarse a otros lugares.

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El albergue es una entidad sin fines de lucro que funciona desde 1987, al que personas en situación de vulnerabilidad acuden para recibir abrigo, comida y apoyo emocional.

Existen protocolos, horarios específicos de entrada para dormir, para recibir los alimentos. Quienes calificaron para usar una cama durante la noche y madrugada, ya deben salir a las 07:00. A las 12:00 se sirve el almuerzo, para el que se entregan tiques.

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Algunos, luego de comer, se quedan a dormir en las veredas, lo que genera malestar y sensación de inseguridad.Henry Lapo/ EXPRESO

“No se permiten personas que hayan consumido drogas o alcohol”, asegura Israel Gallego, quien es el responsable de la comunicación del albergue San Juan de Dios.

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Esto es algo que los moradores entienden y lo tienen presente, pero aun así piden que haya más controles, porque algunos ocupantes o personas que buscan un espacio incluso han llegado a amenazarlos con armas blancas.

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“Siempre tratamos de implementar nuevas medidas para mantener el orden y la seguridad de este sector. Hacemos requisas, pusimos un detector de metales, maleteros”, enumera Gallego.

También han solicitado resguardo de la Policía Nacional y de los agentes metropolitanos del Municipio de Quito, aunque cuando este Diario visitó la zona no se encontraban en el sector. El vocero del albergue agrega que tampoco se puede discriminar a quienes tengan antecedentes penales que, aunque son revisados, no son un determinante para que puedan o no acceder a sus servicios. “No somos la policía”, dice.

Sí hemos encontrado y requisado armas blancas, y cuando eso sucede, llamamos a la policía para seguir el procedimiento que corresponde.

Israel Gallego,
​comunicador del albergue

Sin embargo, no son ajenos a la preocupación y pedidos de los vecinos del sector. Por eso, están analizando la posibilidad de ampliar los horarios de ingreso para entrar a comer y a dormir, así se evitarían aglomeraciones en las zonas aledañas a la casa de acogida.

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Cada día se entregan unas 700 raciones de comida, entre desayunos, almuerzos y meriendas. “Estamos para ayudar a quien lo necesite, más allá de si lo merece o no”, aclara el funcionario.

Pero para los vecinos, esa lógica significa un problema, porque algunos replican esa dinámica con los negocios aledaños. “Están acostumbrados a pedir”, enfatizó el dirigente barrial, Jorge Vera.

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