Ni salvarlos ni enterrarlos

El uso ilegal de las drogas puede ser visto desde cualquier visión. En primer lugar, no es una responsabilidad de un gobierno en especial. La adicción no discrimina, y desde la derecha e izquierda, orientales u occidentales, las sociedades del planeta están afectadas por ello.

Según informe del 2014 de la ONU, la cocaína y éxtasis, llamadas drogas “de fiesta” se consumen más en Escocia, España, Australia, EE. UU. y Nueva Zelanda. En Colombia, en el año 2012 la marihuana fue la droga de mayor consumo y lo mismo ocurre en Norteamérica; asimismo, se ha incrementado el número de mujeres que consumen y el uso de las drogas sintéticas. También aumentó el consumo de heroína. Lo que sigue igual es la polémica alrededor de la legalización de la venta de droga. Unos que sí y otros que no. Ambos bandos embanderan la vida y la paz en sus propuestas.

En el país sigue en vigencia una ley que permite portar una cantidad de droga que lo único que ha hecho, entre otras razones, es contribuir con el microtráfico, lanzando a la demencia o muerte a niños y jóvenes. Madres desesperadas, sin recursos y sin saber cómo desprender a sus hijos del consumo de drogas, o los amarran o los encierran en centros de rehabilitación privados. La última noticia que tuvimos acerca de dichos centros fue la muerte de alrededor de una veintena de jóvenes en un incendio provocado por internos que, hartos de maltrato y violaciones, querían llamar la atención para que los saquen de allí.

Muerte y demencia. Eso. Así de profundo es el dolor que sigue dejando una Asamblea Nacional indiferente. Si querían la citada tabla para despenalizar al consumidor, primero destinen recursos para centros de rehabilitación eficientes; si lo que quieren es el caos, sigan sin hacer nada, pues, al final, sí les alcanza el dinero para tratamientos médicos privados en caso de que sus familiares sean adictos: no hay lío, porque los pobres que no tienen cómo salvar ni enterrar a sus hijos, viven lejos de sus conciencias, ¿verdad?