Salvar a Venezuela y America Latina
El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez fue elegido presidente de Venezuela; las consecuencias de esa votación -según muchos la última elección libre y transparente de la era chavista- llevaron a la tragedia que hoy la asola. Tras obtener la presidencia, Chávez se apresuró a someter la soberanía de Venezuela a los intereses de Cuba. Todos los intentos por contener y revertir la brutalidad del régimen hallaron por respuesta la represión, el encarcelamiento, el hambre y el exilio forzado. Desde la justicia hasta el órgano electoral, el régimen se hizo del control total e intransigente del Estado, mientras sus vecinos en América Latina no opusieron resistencia. Aprovechando el alza de precios del petróleo, el régimen dilapidó y se robó gran parte de esos ingresos extraordinarios. Cuando acabó la bonanza, la presidencia estaba en manos del sucesor designado a dedo por Chávez, Nicolás Maduro. Menos astuto que su mentor, se aferró al poder convirtiéndose en dictador y sometiendo el país a su voluntad y la de la nomenclatura gobernante. Arruinó la economía, destruyó la industria petrolera y empobreció a todos, menos a él mismo y sus cómplices. El cinismo del régimen venezolano no tiene límites. ¿El alcalde electo de Caracas no es un bolivariano? Se crea un cargo por encima de aquel y se designa a un oficialista incondicional. ¿La oposición obtiene dos tercios de la Asamblea Nacional? El Consejo Electoral “elige” una “Asamblea Constituyente” de “patriotas” y se desvirtúa a la oposición fracturando a su dirigencia y creando un falso grupo opositor. ¿Protestan en las calles? Se los reprime a tiros y sobre todo, jamás se admite que hay una grave crisis y se rechaza la ayuda humanitaria que se necesita con urgencia. Mientras los venezolanos escarban en la basura en busca de comida, el régimen incumple sus obligaciones internacionales y amenaza a sus vecinos, socavándoles también sus instituciones y procesos democráticos. El dictador sabe que su derrocamiento implica la muerte o el exilio permanente en Cuba o Rusia. Por eso, que a nadie engañen las periódicas ofertas de “apertura democrática” del régimen. La elección presidencial del mes entrante es una farsa que intenta recuperar legitimidad y aceptación internacional. Encuestas indican que el 80 % del electorado desaprueba el liderazgo de Maduro, por eso el Gobierno expulsa a sus enemigos y se encierra cada vez más. Unos 550.000 venezolanos han huido a la vecina Colombia. A los activistas más vehementes, decididos a quedarse, les aguarda la detención. Los venezolanos han perdido el 96 % del poder adquisitivo; la indignación de la población puede convertirse en revuelta total en cualquier momento; las sanciones impuestas por Canadá, la Unión Europea, EE. UU. y Panamá también comienzan a hacer efecto, y existe una investigación acelerada de la Corte Penal Internacional de las múltiples acusaciones de crímenes de lesa humanidad del régimen. Por otra parte, China, Irán, Rusia y Corea del Norte (que hace mucho dan apoyo económico y militar a Venezuela) buscarán extender su presencia en la región, creando una fuente permanente de tensión estratégica, que incluso puede abrirle la puerta al terrorismo y a la proliferación nuclear. Ya no hay excusas para el silencio. El sometimiento incondicional de Maduro al nefasto legado de Chávez constituye hoy una amenaza de peso para la estabilidad regional. El único modo de detener la tragedia humanitaria y prevenir que se extienda es enterrar de una vez y para siempre el fantasma del fracasado socialismo del siglo XXI.