Renuente banquero central mundial
Se supone que estamos en la era de los bancos centrales poderosos, dispuestos a esgrimir su potencia a nivel mundial. No obstante, el más poderoso de todos -la Reserva Federal de Estados Unidos- Fed- también es el banco central más reacio a reconocer su alcance global. La Fed tiene un mandato local que se enfoca en la estabilidad de precios y en el empleo a nivel nacional, pero también tiene responsabilidades globales. Esto obedece a dos razones estrechamente relacionadas: en primer lugar, a pesar de la creación del euro y de la supuesta ascendencia del renminbi chino, el dólar continúa siendo la moneda preferida para contraer y otorgar préstamos a través del planeta. Y de facto, la Fed es el prestamista mundial de última instancia en dólares. Sin embargo, según argumentan sus gobernadores, no se puede esperar que actúe así de manera habitual. La segunda razón es que sus políticas repercuten en las condiciones monetarias de todo el mundo. Existe cada vez más evidencia de que los shocks de política monetaria afectan las primas de riesgo, y que este canal opera a nivel internacional y nacional, con consecuencias cuantiosas.
El trilema estándar de la política monetaria internacional sostiene que en un país no pueden existir de manera simultánea un tipo de cambio fijo, independencia monetaria y movimiento libre de capitales, aunque sí pueden coexistir dos de estos tres elementos. Las políticas de la Fed determinan en forma parcial las condiciones crediticias en muchos países, independientemente de sus regímenes cambiarios. Por eso cuando la Fed relaja sus políticas, el crédito crece en todas partes y viceversa. De modo que no se trata de un trilema sino de un dilema con respecto a las políticas: es posible que se necesiten restricciones a la cuenta de capital – no solo tipos de cambio flexibles – para que los bancos centrales puedan ejercer un nivel de control efectivo sobre las condiciones internas de crédito. La renuencia por parte de la Fed de servir como acreedor mundial de última instancia, o de reconocer que los movimientos cambiarios no pueden neutralizar plenamente los efectos internacionales de sus acciones, parecería condenarla a ser una institución de mente estrecha y centrada en sí misma, aunque su mandato interno le requiere que reconozca que “los efectos de la retroalimentación que tienen entre sí la economía estadounidense y las economías del resto del mundo, son de gran importancia”. Es posible que en sus 102 años de existencia, la Fed esté retornando a su tradición original. O, puede que su visión ya sea bastante internacionalista -como lo sugieren las acciones que emprendió durante la crisis financiera -y que solo limitaciones políticas internas impidan que esto se reconozca abiertamente. De cualquier modo, incluso un movimiento paulatino en esta dirección se acoge con beneplácito; lo último que necesita el mundo es una Fed de mente estrecha. La historia financiera reciente sugiere que la próxima crisis de liquidez está a la vuelta de la esquina, y que las crisis de este tipo pueden acarrear enormes costos económicos y sociales. En una economía mundial fuertemente dolarizada, la única herramienta segura para evitar tales crisis es un prestamista de última instancia en dólares. La Fed lo es. Mientras antes lo reconozcan EE. UU. y el resto del mundo, más segura estará la economía mundial.
Project Syndicate