Viaje. Durante el recorrido los ciclistas aprovecharon hasta para fotografiar algunos edificios y monumentos.

Quince kilometros para redescubrir a Guayaquil

Ayer se desarrolló la primera ciclorruta gastronómica. Siete huecas fueron visitadas. La comunidad pide que la jornada se repita para fortalecer el turismo.

La Plaza de la Administración, ubicada en las calles Clemente Ballén y Pichincha, fue el punto de encuentro de decenas de ciclistas que se volcaron ayer, desde muy temprano (06:30), a las calles para ver a Guayaquil con otros ojos y desde una nueva perspectiva.

Algunos llegaron solos y otros con sus familias. Pero todos equipados para recorrer 15 kilómetros de la ciudad y hacer paradas técnicas -como las llamaron- en siete huecas, todas participantes de las ediciones anteriores de la feria gastronómica Raíces, donde sus dueños los esperaron para que conozcan su menú, su plato estrella, y al mismo tiempo parte de su historia.

Fue la I ciclorruta gastronómica que se realizó en la ciudad. Y que como lo explicó Santiago Granda, director de la Escuela de los Chefs, uno de los organizadores del encuentro (también lo fue el Municipio y la empresa Iguana Bike Tours), buscó fusionar el turismo con los sabores del Puerto Principal para fortalecer y posicionar precisamente su identidad.

Jack Segarra, quien se define como un amante del ciclismo, fue uno de los participantes que encabezó la marcha, que inició con un ¡Viva Guayaquil! en alusión a las fiestas de julio e incluyó la pedaleada de personas con discapacidad física como Enrique Pérez, quien se desplazaba a la par del resto en su triciclo de pedal de mano.

“Me gusta tanto lo que estoy haciendo e ir junto a mis compañeros que se desplazan en dos ruedas. Aquí todos vamos al mismo ritmo y eso es lo más bonito. Nunca antes había sido parte de algo como esto, ojalá se repita, ojalá que pase”, no se cansó de decir Pérez, de cincuenta y tantos años, y quien llegó al encuentro desde Flor de Bastión, donde vive, en su “carrito”, que más que eso son sus piernas, dijo.

Frutabar en el malecón Simón Bolívar e Imbabura, fue la primera estación a la que llegaron. Daniel Cedeño, el administrador, los recibió. Y fue suficiente un saludo para que al instante el equipo sea invitado a recorrer las instalaciones, a la que algunos no habían visitado siquiera en 5 años.

“No puedo creer que todo esté igual: las fotografías del mar, las tablas de surf que sirven de mesas. Fue aquí donde vine la primera vez con Sebastián. Qué locura”, le dijo riendo a carcajadas Nicole Soro a su prima Laura, también ciclista, mientras se hacía un selfie con el menú.

“Te acuerdas de cuál fue el sánduche que comimos aquí. A ver amor, rebobina... Nos pasó algo tan gracioso”, le dijo a su novio en un mensaje de voz; al tiempo que Cedeño, en cambio, les contaba a sus visitas sobre sus especialidades y describía el por qué de su decoración tenue, acogedora, pero descomplicada.

“Es como estar en Montañita. ¿Y si después de la ruta, nos vamos allá?”, se escuchó decir a la familia Paredes Andrade, integrada por 7 miembros que habían llegado desde la Kennedy, para unirse a la travesía que incluyó un descanso en La Culata, donde los recibieron con cebiche; y en el Pez Volador, donde su dueña Angélica Cujilán se convirtió en historiadora por un instante.

“¿Sabían que el encebollado nació en altamar y gracias a un grupo de pescadores que al no tener qué más comer, improvisó con yuca y pescado, que era lo que tenía? Será cierto..., no lo sé. El punto es que sea cual fuere su origen, está en cada esquina y en mi picantería, es el principal manjar”, precisó, destacando de la ciclorruta no solo el hecho de que los clientes se incrementan, sino de que las calles no se contaminarán.

“Así no hay forma de emitir dióxido de carbono. Ya basta de carros, al menos el corazón de la ciudad, que es el centro, no los necesita”. En esta parte de la ciudad lo que hace falta, sugirió, es ver a más gente caminando y pedaleando. O como precisó Alfonso Domínguez, quiteño que vive en la ciudad hace nueve años, a más gente mirando hacia arriba o a su alrededor.

“Aquí hay edificios enormes, monumentos preciosos que deben ser observados. Guayaquil es linda y necesita ser una ciudad más potenciada”, aclaró. Pérez, quien con su triciclo se hizo presente en todos los restaurantes, lo admitió. “He tenido la oportunidad de ver un poco más que el resto. Ha faltado eso sí, seguridad. No hay todavía la conciencia necesaria para que el ciclista o el peatón pueda desplazarse. Si hoy hemos podido hacerlo es porque la Autoridad de Tránsito Municipal nos ha resguardado”. Estos son detalles en los que hay que avanzar, pensó.

Para Christian Sáenz de Viteri, gerente general de Iguana Bike Tours, la actividad que culminó cerca de las 11:00 en Puerto Santa Ana, cumplió con su objetivo de mostrar a la urbe de una forma más amigable, y de receptar asimismo nuevas ideas que a futuro puedan servir en otros recorridos.

“Nosotros queremos que más personas con movilidad reducida se unan a estos paseos”, detalló. “Ellos necesitan ser parte del todo. Lo que hemos hecho solo es un avance, el inicio para que todos vean que la bicicleta o medios de transporte similares, son vitales para el guayaquileño o el extranjero”. Y es que la bicicleta, sentenció Granda, además de preservar el medioambiente es la herramienta ideal para conocer a la ciudad.

“Hoy hemos recorrido el corazón de Guayaquil. A futuro será el norte, el sur... La intención es que lo hagamos una vez al mes. Hay tanto por descubrir y redescubrir”.

Ana María Villao, de 27 años y quien recorrió en bicicleta el centro por primera vez, aplaudió el hecho. “Me he fijado en todos los elementos y particularidades del camino. Me he dado cuenta que no hay solo paredes de cemento en calles, como Luque, y Los Ríos. Hay coloridas casas y grafitis que necesitan ser destacados. Ha sido una grata sorpresa lo que he vivido”, dijo mientras estacionaba su ‘bici’ de color rosa, al llegar a otra de las huecas.