Politica epistolar
El Ecuador no podía quedar al margen de la corriente de “política epistolar”, es decir la utilización de las cartas como medio alternativo oficial para exponer su versión de los hechos que se debaten en diversos órdenes. No se le puede negar al Gobierno la facultad de llamar “política” a esta estrategia de envío de cartas. Es una antigua tendencia desde que la escritura entró en el mundo de la comunicación.
Antes, para dar permanencia a decretos o instrucciones se acudía a la “epístola”. Así, la carta adquirió una categoría política y social a nivel mundial; fue el intermediario cada vez más importante en las corrientes del pensamiento y de los gobiernos.
Con la imprenta y sus modalidades, la política epistolar adquirió una categoría especial, manejada en cada gobierno por conocedores profundos de la comunicación, que no es solamente transmisión de noticias, sino planteamientos de tesis o de problemas sociales o políticos.
Las epístolas, ya en los tiempos de la vieja Roma, ocupaban un lugar muy destacado en las relaciones económicas y sociales.
Sin una política epistolar no se habrían podido explicar muchos aspectos, por lo que se constituyó en una especie de “trastienda de la historia”, en la cual se guarda quizá lo más trascendental de los fenómenos que han movido a las sociedades a lo largo de milenios.
Las cartas de Julio César, por ejemplo, forman un verdadero tratado de información desde el poder. Asimismo, los canales abiertos al margen de los esquemas oficiales han sido los preferidos para buscar la verdad dentro de las palabras que siempre han pretendido esconderla, debido a los intereses imperantes en cada momento de la historia. Hoy, el uso de la carta no solo continúa, sino que se extiende y se profundiza: “La política epistolar le ha servido, en los últimos casos, para quitar de las manos de la cúpula militar, el mensaje que quería transmitir a los cuarteles y, antes, para solidarizarse con los empleados del sector privado”.
Hay que tomar muy en cuenta esta realidad; tratar de manipularla, no sería únicamente un eludir de la historia, sino un engaño planificado que, mientras exista gobierno democrático, no se puede permitir.
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