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Pasion y calvario

cuando, luego de posesionarse, hace ya algún tiempo, el ministro de Educación convocara a rectores y directores de las instituciones privadas al aula magna de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil para decir, entre otras cosas, que la educación particular debía reducirse “al 10 %” de la oferta educativa nacional, pensamos que la expresión podría ser tan solo un eufemismo.

Cuando más adelante en la reunión recomendó a los gestores y actores de la educación particular dar un giro a su actividad porque no tendrían alumnos qué educar, creímos que lo decía fundamentado en el deseo de que se comprendiese que sin calidad de alto nivel, ni la educación particular podría sobrevivir. Pero jamás, debemos confesarlo, intuimos que podía contemplarse a aquello como una amenaza, como una política sistemática que buscaba metas y objetivos precisos y claros que persiguieren cerrar, una tras otra, instituciones educativas.

Nos preocupaba si la educación pública estaba preparada para recibir todo ese universo de estudiantes que se desplazaría hacia ella, buscándola como única tabla de salvación y por eso ciertamente, no queríamos creer que tras la palabra había políticas posiblemente establecidas por altos niveles para que se diese una desaparición paulatina y progresiva de la educación particular.

Disposiciones que complicaron la gestión educativa, que la encarecieron, que la abrumaron con exigencias a ratos inútiles, a ratos innecesarias, fueron el inicio de un camino por el que se ha transitado hasta ir más adentro, llegando ya a tocar los conductos vitales que permiten sobrevivir a una institución escolar.

A estas alturas nos preguntamos: ¿de dónde viene el odio?, ¿por qué el querer a cada paso ser verdugo antes que asesor?, ¿ser tiránico antes que conductor?

El Ministerio y sus distintos estamentos no dejan de emitir disposiciones sin que estas sean acompañadas de términos y plazos fatales o de amenazas a la inobservancia.

La pasión y el calvario a los que se ha sometido a la educación particular no pueden entenderse sin actos voluntarios y metas a alcanzar.

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