
Un pais que se cae a pedazos
Lo único que marcha bien en la Venezuela chavista es la convocatoria a marchar contra el Gobierno.
Lo único que marcha bien en la Venezuela chavista es la convocatoria a marchar contra el Gobierno.
Más allá, lo que queda del país, son los restos de lo que alguna vez fuera una nación boyante y próspera. Este es el recorrido de EXPRESO por la Venezuela de Nicolás Maduro, un Estado fallido:
La salud
A su derecha, el Hospital Universitario de Caracas. Este Diario ingresa de la mano de médicos residentes, que hartos ya de rogar al Gobierno para seguir salvando vidas, desacatan la única medida que el oficialismo ha tomado para frenar la hemorragia informativa: prohibir el paso a la prensa.
El centro de salud, mugroso, de pasillos carcomidos por el tiempo y la falta de mantenimiento, de puertas decoradas con letreros ‘no hay reactivos, no insista’, de salas repletas de enfermos sin atención, de laboratorios donde hay muchas máquinas, pero pocas funcionan, se ha convertido en la insignia del fracaso de una política de salud en terapia intensiva. Alejandra, la doctora que ha permitido nuestro ingreso, describe a su paso los esfuerzos de médicos que recaudan medicina donada, que reciclan papeles para poder llenar historias clínicas y que logran convenios con los contrabandistas fuera del centro para que vendan a menor precio los guantes, hilos y agujas que los pacientes deben llevar a su operación si quieren ser atendidos.
El terror de esta casa de casi medio siglo, es sin embargo, solo una muestra. Sus condiciones, aunque penosas, lo mantienen a la cabeza de la lista en Venezuela, donde fuera de la capital, todo se deteriora. Y alcanza incluso a las clínicas privadas.
La seguridad
Los venezolanos se han acostumbrado a convivir con la delincuencia, a blindar sus carros y oscurecer sus ventanas, a no detenerse en los retenes móviles de la Policía Nacional por miedo a ser secuestrados, a volver de los escoltas un servicio tan común como la empleada doméstica, a tener que pagar a los militares para el rescate de un carro robado, a farrear en el este de Caracas con la policía antisecuestros en la esquina de las discotecas, a cerrar los centros comerciales a las 18:00 porque nadie quiere salir de noche, a incluir el desayuno en los bares porque la calle está vetada en la madrugada. Se acostumbraron, en resumen, actuar como si no pasara nada, como si fuese normal vivir preso en su propia tierra.
La economía
Si se mira bien por la ventana, no se trata ya del PIB. Ni de los impuestos. Ni siquiera de los bolsillos ciudadanos, cada vez más llenos de deuda electrónica y de tarjetas de débito en un país donde cargar efectivo es tan absurdo como tener que pagar un café con 12 billetes de la más alta denominación.
Pero va más allá. La economía en la Venezuela chavista es hoy una cuestión de estómago. El que fuera uno de los mayores consumidores de whisky de 18 años en el mundo, ha terminado -como captura la foto que acompaña este reportaje- hurgando comida en la basura. La postal, repetida de forma cansina en Petare, el sector hacia donde se ha desplazado la comida de contrabando, escoltada por los militares, es la esencia del principal descontento ciudadano. Según las encuestas: siete de cada diez venezolanos ya no come tres veces al día. Porque no hay dinero que alcance. Porque no hay dinero y no hay productos. O porque han debido ir a trabajar para conseguir dinero, y por el imposible sistema de compras donde hay un día asignado en los supermercados según el número de cédula deben esperar hasta la semana siguiente para llenar el carrito de compras. Llenar, claro, es una expresión.
La democracia
La última parada. La independencia de los poderes del Estado puede palparse en las gigantografías de Chávez que adornan la presidencia, la Corte Suprema, el Consejo Nacional Electoral y los cuarteles de unas fuerzas armadas autodefinidas como chavistas.
Salvo por la Asamblea, que ha vuelto a manos de la oposición aunque sea por puro simbolismo, pues la Justicia ha echado atrás cada aprobación del Pleno; todo el poder se concentra en el presidencial palacio de Miraflores.
El hecho explica por qué desde ayer Venezuela terminó por convertirse en el escenario de una cacería de brujas con la que el Gobierno dejó en claro cuál será su postura para el 1 de septiembre, el día de La gran toma de Caracas: deportaron tres delegaciones de periodistas, encarcelaron a cinco líderes políticos, allanaron tres sedes de partidos y dos universidades. El mensaje es claro, no importa quién tenga el apoyo popular. Ellos tienen la fuerza.
El gobierno
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acusó ayer a dirigentes opositores de planificar hechos de violencia: “Hay que derrotar el golpe de Estado sin impunidad. El que se meta en el golpe, o llame a la violencia, va preso, caballero. Chillen, lloren o griten, ¡presos van!”, advirtió.
La iglesia
La Conferencia Episcopal Venezolana pidió ayer seguridad para los venezolanos que asistan a la marcha y señaló que los ciudadanos tienen la potestad de hacer valer sus derechos. Los obispos recordaron que el Estado tiene la obligación de “garantizar el derecho a la libre expresión de sus ideas”.
La oposición
El parlamento aprobó ayer un acuerdo donde rechaza la “persecución” política que, según ellos, ha emprendido el Gobierno contra varios dirigentes opositores y ciudadanos comunes como el del dirigente Yon Goicoechea, detenido y acusado de preparar planes violentos.