Quien paga la cuenta

Los multiplicados escándalos sobre derroche de dinero y actos de corrupción que siguen copando la preocupación del país, inducen a un lógico interrogante: ¿quién paga la cuenta” del incorrecto manejo de los recursos públicos?

La información que en cumplimiento de sus deberes dio el gerente de Medios de Comunicación Públicos, no solo ha provocado la natural indignación y reproche ciudadano, sino que ha puesto en evidencia la forma como se ha gobernado la nación, realizando contrataciones y pagos de elevadas remuneraciones sin la más mínima consideración a la situación de un país endeudado y con elevado desempleo, con funcionarios que se han sentido predestinados y autorizados para hacer lo que han creído y querido. Aquello explica el tufo que se percibe cuando quienes ejercen cargos de un determinado nivel no se limitan a rendir cuentas de su gestión y más bien hacen alarde de tener la potestad de decirle a la colectividad qué tiene que hacer o no hacer, e incluso pensar.

Nada justifica que se argumente que los medios públicos no deben ser juzgados con criterio comercial, lo que no se puede es perjudicar al país para beneficiar al grupo gobernante; esa cuenta la pagan todos los ecuatorianos.

Se nota que han perdido la noción de que la obligación de un servidor público es servir al ciudadano. Olvidan que el primer deber de un Estado es garantizar los derechos de sus habitantes, así lo establece la norma constitucional que también estipula que el Ecuador adopta la forma de república, en la que rige un régimen de derecho; en consecuencia nadie puede ejercer más atribuciones que las establecidas legalmente.

La tendencia a creer que son dueños de la verdad y del destino del país, ha llevado a los militantes de Alianza PAIS a una ruptura en que unos acusan a los otros de traidores y estos de copartícipes o encubridores de actos de corrupción, a lo que se añade, sin meditar en los abusos cometidos por el anterior gobierno, un grupo que acusa al actual gobierno de abusar del poder. Esa incoherencia es producto de la carencia de principios e ideales y del oportunismo por captar prebendas burocráticas.