Nacionalismos europeos
Uno de los grandes riesgos que enfrenta la Unión Europea es su nostalgia del pasado. Tanto en el este como en el oeste se pretende afrontar los grandes problemas de hoy con soluciones de ayer y son muchos los países que cargan con el lastre del nacionalismo, avivado por distintos motivos. En los países de Europa occidental el declive del sentimiento europeo es, principalmente, una reacción a la crisis económica que nos ha golpeado duramente en los últimos años. Aunque ya existían partidos políticos y movimientos contrarios o muy críticos con la UE, ha sido a raíz de la crisis cuando han visto crecer su apoyo de manera alarmante. En algunos sectores de la sociedad europea se ha extendido un sentimiento de decepción, al que también han contribuido algunas políticas orientadas a la recuperación. Se confiaba en que el proyecto de integración europea sería una relación “ganar-ganar”, por la que todos -países y ciudadanos- resultaríamos beneficiados. Los países que se incorporaban recibían ayudas y los que ya eran miembros contaban con un nuevo mercado. Pero la crisis ha desdibujado esa imagen. Los niveles de desempleo, especialmente juvenil, y la brecha social en los países más golpeados por la crisis han hecho surgir el desencanto. En aquellos que han sufrido menos, se siente que la solidaridad europea ha supuesto un lastre para su economía. Aunque se pueda criticar el modo en que la UE ha gestionado la crisis, no hay que olvidar que esta tiene carácter global. Además, la apertura que supone el proyecto europeo es la propia del mundo actual. Los desequilibrios, tan patentes desde 2008, corresponden a un fenómeno mucho más amplio que la integración europea: la globalización. La apertura de fronteras, sociedades y economías nacionales conlleva incertidumbres y menor capacidad de control. Es la contrapartida de todas las ventajas y los nuevos horizontes que ha abierto el mundo global. Los partidos políticos que han canalizado esta desilusión proponen medidas que van más allá de la vuelta a las fronteras nacionales. Propagan un mensaje de indiferencia y, a veces, de rechazo hacia lo extranjero, como comprobamos en la cuestión de los refugiados. Según ellos, hay que defender lo propio de cada nación por todos los medios, incluidos los que ponen en peligro el Estado de derecho. Lamentablemente, la epidemia del nacionalismo y el sentimiento antieuropeo también ha llegado a los países de Europa oriental. Sus líderes actuales tratan de presentar las políticas europeas como desafíos a su verdadera identidad nacional. En lugar de discutir sobre cómo adecuar políticas concretas a los intereses nacionales o cómo hacer que su voz sea más escuchada, se interpretan las medidas y decisiones europeas como una agresión a sus elementos de identidad. Mas, cualquiera de estos países fuera de la Unión sería mucho más vulnerable a todos los riesgos.
Project Syndicate