Murio con Khashoggi el orden mundial

A principios de octubre, Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post y destacado crítico del gobierno saudita, entró en el consulado de Arabia Saudí en Estambul para recoger la documentación que le permitiría casarse con su prometida turca. En vez de recibir ayuda del gobierno de su país fue torturado, asesinado y descuartizado por un equipo de agentes saudíes. Este crimen plantea serias cuestiones sobre el equilibrio adecuado entre la defensa de los derechos humanos y el mantenimiento de alianzas duraderas (y lucrativas). La revelación de lo sucedido tiene un alto precio. Creer que los principios, los valores y las reglas tienen peso en las relaciones internacionales produce un efecto estabilizador. Pero cuando se pone en duda ese convencimiento, como con el envenenamiento del ex doble agente ruso Sergei Skripal y su hija en suelo británico, el orden global queda dañado, tal vez sin remedio. Al efecto deslegitimador de estos episodios se suma el abandono general de formalidades -como reflejan los cambios en los códigos de vestimenta laborales y en las normas de comunicación- impulsado por el auge de las redes sociales. A medida que se desdibuja la línea que separa la vida pública de la privada, aumenta la presión para que las personalidades públicas parezcan tan “reales” y “normales” como nuestros vecinos y colegas. La ruptura con las estructuras formales puede crear un espacio para el pensamiento independiente y la innovación. El peligro se presenta cuando no existe un marco que oriente nuestra conducta -en especial la de nuestros líderes- y que garantice que se acaten ciertos valores compartidos o se cumplan expectativas razonables. El inédito enfoque transaccional (y errático) de Trump en política exterior, es igual de desestabilizador. Es la primera vez que un presidente estadounidense reconoce sin tapujos la naturaleza puramente transaccional de sus decisiones políticas. Hemos entrado en una nueva era, en la que ni siquiera podemos esperar que nuestros líderes cumplan con el mero requisito de intentar adaptar sus decisiones a la narrativa basada en reglas o valores. Alejarse de esta narrativa es arriesgado puesto que es vital para mantener la credibilidad del orden global y lograr el apoyo de los votantes nacionales. Al igual que ocurre con el liderazgo efectivo y con el respeto al Imperio de la Ley, para garantizar la supervivencia del sistema es esencial tener fe en él, aunque esté contaminada con frustración por la desigualdad o la impunidad. Un mundo en que lo único que importa son los negocios, donde ningún ‘ethos’ guía nuestras acciones ni sostiene nuestros sistemas de gobierno, es un mundo en el que los ciudadanos no saben qué esperar de sus líderes y los países no saben qué esperar de sus aliados. No deberíamos aceptar un mundo tan impredecible e inestable. Aún no es tarde para reaccionar al atroz asesinato de Khashoggi de forma que se logre fortalecer el sistema de normas del que todos dependemos. La decisión de la canciller alemana Angela Merkel de suspender la venta de armas a Arabia Saudí es un buen comienzo, aunque su motivación real fuese recabar el apoyo de la Unión Demócrata Cristiana de cara a las elecciones en Hesse; también lo es que Washington haya dado un paso atrás respecto al enfoque habitual de sus relaciones con Arabia Saudí. Pero es necesario hacer mucho más. Es fundamental que líderes con principios declaren abiertamente que lo que sucedió en Estambul es inaceptable. Si no, estaremos renunciando al discurso de valores y reglas, lo que bien podría dejarnos sin un discurso coherente y estabilizador.