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Mundo, Japón, Primer ministra, Sanae Takaichi
La primera ministra, Sanae Takaichi, asiste a la inauguración de la Cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en Kuala Lumpur, Malasia, el 26 de octubre de 2025.EFE

El sol naciente de Sanae Takaichi

Su llegada como primera ministra no es solo un hecho histórico, también refleja un reajuste profundo de identidad nacional

Japón ha dado un giro que el mundo entero está observando. La llegada de Sanae Takaichi como primera ministra no es únicamente un hecho histórico —la primera mujer en conducir el gobierno japonés— sino el reflejo de un reajuste profundo de identidad nacional. No se trata de un impulso pasajero, sino de la consecuencia de años de tensiones internas, dudas económicas, envejecimiento demográfico y, sobre todo, del trauma político que supuso el asesinato de Shinzo Abe en 2022. Su muerte dejó un vacío intelectual en la dirección del Estado. La pregunta quedó suspendida: ¿quién sostendría la idea de Japón como nación consciente de sí y no solo como economía eficiente?

Takaichi aparece como continuadora disciplinada de ese proyecto. Nacida en Nara en 1961, estudió ciencias políticas y administración pública antes de viajar a Estados Unidos, donde profundizó en teoría institucional y gestión estatal. Regresó a Japón a inicios de los años noventa y fue elegida para la Cámara de Representantes. Su ascenso no se basó en espectáculo mediático, sino en la acumulación de confianza.

Fue ministra de Asuntos Internos, ministra de Comunicaciones y responsable de Seguridad Económica, una cartera clave en tiempos de competencia tecnológica con China. En todas esas funciones ganó reputación de seriedad: la política que no improvisa,no se improvisa a diferencia de la mayoría política del país entiende que un cargo publico de alto nivel no es una pasantia pagada con impuestos,ella es la funcionaria que entiende los engranajes del Estado y la ministra que sabe decir no cuando es necesario.

Su liderazgo se sostiene sobre tres ejes. Primero, seguridad y defensa. Takaichi impulsa la revisión del artículo 9 de la Constitución que fue redactada por los norteamericanos luego de la segunda guerra mundial, que limita el uso de las Fuerzas de Autodefensa.

La doctrina ya no es la paz como renuncia, sino la paz como capacidad.y como segundo eje de su gobierno la economía y productividad. Su propósito es recuperar la energía industrial que alguna vez definió el llamado “milagro japonés”. No se trata únicamente de crecer, sino de crecer como Japón, fortaleciendo sectores estratégicos y cadenas tecnológicas propias.

En un Japón con el brillo atenuado

Tercero, cohesión cultural. Frente a una época que celebra lo líquido, lo inestable y lo desarraigado como durante décadas creimos correcto en occidente y hoy pagamos las consecuencias culturales y sociales de ello , Japón reivindica el sentido compartido, la continuidad y la memoria como base de futuro algo asi como hicieron los chinos pero sin el comunismo de por medio.

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De ahí la comparación con Margaret Thatcher. No se refiere a ideologías idénticas, sino a la naturaleza del liderazgo. Thatcher asumió un país que sentía desgaste en medio de una crisis post imperial como lo era la Inglaterra de los 60s y 70s. Takaichi llega a un Japón donde el brillo parecía haberse atenuado en silencio. Su tarea no es administrar: es reencender. No desde la nostalgia, sino desde la convicción de que la nación no puede existir solo como marca económica en la globalización.

Japón no emprende un giro estridente. No llena plazas ni produce consignas fáciles. Este cambio se cocina en gabinetes, comités y reglamentos. Se expresa en revisiones constitucionales, en planes de defensa de largo plazo, en criterios migratorios más claros y en el fortalecimiento de la industria avanzada. El país actúa con la calma de quien piensa en décadas, no en tendencias de temporada.

Todo esto ocurre mientras otras regiones atraviesan discusiones desordenadas sobre identidad, poder y pertenencia. Mientras Occidente debate cómo narrarse, Japón ha decidido que la respuesta no está en la confusión permanente, sino en la dirección. No mediante exclusión ni aislamiento, sino reafirmando propósito.

No estamos ante un regreso al pasado. Estamos ante un país que, tras observar el mundo, vuelve a mirarse a sí mismo sin incomodidad. Japón ha decidido que la estabilidad no es sinónimo de quietud. Que la tradición no se opone a la innovación. Y que un Estado que sabe quién es puede dialogar con el mundo sin diluirse.

En la bandera japonesa, el sol no sale: ya está ahí.

La política de Sanae Takaichi toma ese símbolo y lo lleva de metáfora a proyecto.

Japón ha vuelto a declararse sujeto de su propio destino.

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