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Nos merecemos esto

Tenemos que aprender a recibir la época electoral con todas sus olas y sesgos. Ya lo sé, lo sabemos. Sin embargo, como país no superamos un estilo radical y de odio. Por un lado, la radicalidad del discurso oficialista que sigue abanderando la animadversión, continúa recibiendo las denuncias de corrupción como señales de la fantasía existencial que tienen de ser derrocados. Sea por los militares, empresarios o la prensa. Claro, sobre ello no desperdician la oportunidad para dramatizar sus voces, evocando a los espíritus de Alfaro, Bolívar, Chávez y ahora -me imagino- al de Castro. Hablan de una revolución que durante diez años ha incrementado la separación de los ecuatorianos, la impunidad en amigos y parientes, y el insulto como forma de comunicación. Ha sido difícil no contagiarse de esto. La libertad, el bienestar y buen vivir siguen siendo las promesas, pero el desempleo aumentó, la protesta social se castiga con cárcel y la buena vida la tienen sus amigos.

La oposición ha sido incapaz de darse un mínimo espacio de debate, quién sabe si por los excorreístas que se han enredado en las cabezas de algunos presidenciables. Ciertos empresarios, por otro lado, financian candidaturas de personajes de televisión faranduleros, que aparentan no saber que en el país hay una sola Constitución, a la que, de paso, se la ha violado más de siete veces.

La mayoría de la Asamblea, tal como vamos, no la tendrá el oficialismo y no he visto deseos por parte de candidatos a asambleístas de hacer puentes con sus competidores para diseñar una agenda mínima de lo que hay que derogar y codificar. En lo que parecen coincidir es en que eliminarán Consejo de Participación Ciudadana.

También tenemos candidatos que en menos de cuarenta y ocho horas se han cambiado de camiseta y muy frescos pactan con quien despreciaban antes.

Finalmente, lo que sería injusto no decir o no preguntarnos es ¿hasta dónde somos responsables de este panorama? ¿En qué momento de nuestra historia debimos parar este estilo y desvergüenza? ¿En qué momento nuestra comodidad y nuestra omisión nos pasaron la factura?

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