Hacer un mercado petrolero

En la escuela se nos enseñaba que la Shell Oil había explorado petróleo en el Oriente, pero había dejado de lado la búsqueda al no encontrar volúmenes económicamente viables. Esto fue en la década de los cuarenta, y habrían de pasar veinte años más antes de que se retomara la exploración que, en 1972 -73 inauguró la era petrolera del Ecuador.

Desde entonces la historia del petróleo es variopinta. Entre 1973 y 1999, los $44.000 millones de ingresos petroleros se fueron en pagar intereses de la deuda pública (y es por ello que he advertido respecto del resurgimiento de aquella era de depresión económica). Entre 2000 y 2006, con el efecto estabilizador de la dolarización y una política fiscal responsable, los $11.318 millones que ingresaron fueron un aporte importante para que la economía creciera a una tasa promedio de 4,3 %. Desde 2007 a 2015, cuando hubo el desmadre de las vacas gordas (hasta que asome la primera flaca) los ingresos del petróleo sumaron $78.890 millones, que formaron parte del cuarto de trillón de dólares que fugazmente transitó por las arcas fiscales.

El lema de antaño, “sembrar el petróleo”, no obstante su trascendencia, ha pasado de moda en épocas revolucionarias. La siembra no se refiere al desarrollo de la agricultura (que bien podría hacerlo) sino a la utilización de aquellos recursos providenciales para lograr cambios sustentables, alcanzando al mismo tiempo una mayor y mejor distribución del bienestar, que no sea simplemente el quemar los ingresos petroleros en una hoguera de subsidios que terminan favoreciendo a los de arriba.

En todo este tiempo y salvo, paradójicamente, en los últimos años, el petróleo no solo no se sembró, sino que no “hizo” mercado. Hay quienes son partícipes de las subastas ocasionales (mercado spot), pero cuando un productor es marginal (y su presencia o ausencia no influencia los precios del mercado) la idea de exponerse a los vaivenes de un mercado impredecible e incontrolable, sin un horizonte de previsión, es una muy mala estrategia.

Se lo comprueba con los descuentos que respecto de la cotización del crudo marcador se han experimentado en forma permanente. Descuentos que, más allá de las diferencias de calidad entre los crudos, han significado pérdidas de ingresos que una estrategia alternativa podría haber evitado.

La situación ha variado. La estrategia de largo plazo adoptada en los últimos años dio resultados que, en un medio donde abundan las malas noticias y el escándalo, han resultado en cotizaciones significativamente más altas para el crudo, reduciendo los descuentos a una décima de lo que eran en la vieja usanza.

¿A qué se debe esto? La respuesta corta es al haber disminuido considerablemente la volatilidad en los precios, y poder actuar con un horizonte más amplio de acción. Fue necesario tragarse la cantaleta de negociar con entes estatales (los peores socios posibles fueron Pdvsa y Ancap) y para variar, pensar con criterio comercial. Es otra de las lecciones aprendidas.

Se trata, en definitiva, de lo que Adam Smith denominó la “mano invisible” del mercado. Está ahí, no se la siente, pero sí se aprecian los resultados - cuando uno sabe lo que está haciendo.

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