La mente del asesino en masa

Este fin de semana, Stephen Paddock abrió fuego contra un festival de música country en Las Vegas, Nevada, desde un hotel con vista al predio, asesinando a por lo menos 59 personas e hiriendo a más de 500. Paddock, excontador de 64 años sin antecedentes penales, fue encontrado en la habitación de su hotel, muerto, con unas 23 armas de fuego que incluían más de 10 armas de asalto. La policía luego encontró otras 19 armas de fuego, explosivos y varios miles de cartuchos de municiones en su casa. Todavía no descubren el motivo. Probablemente en los próximos días salgan a la luz más detalles sobre la mentalidad y objetivos de Paddock. Pero los asesinos en masa conocidos como “lobos solitarios” -agresores individuales sin ninguna vinculación a un movimiento o ideología- no son un fenómeno nuevo, y estos episodios han ofrecido claves importantes sobre sus motivaciones y sus procesos mentales. La mayoría no sobreviven a sus propios ataques; o se matan o dejan que la policía haga su trabajo. Pero los que han sobrevivido tienen algunas características comunes. Trastorno de personalidad narcisista y esquizofrenia paranoide son los dos diagnósticos más frecuentes. El segundo diagnóstico más común era depresión. Considerando que la mayoría de la gente que padece estos trastornos es inofensiva para la población, estos diagnósticos no cuentan toda la historia. Según Grant Duwe, director de investigación y evaluación del Departamento Correccional de Minnesota, la diferencia puede radicar, en parte, en una profunda sensación de sentirse perseguido -y un profundo deseo de venganza. Esta visión es corroborada por Paul Mullen, un psiquiatra forense australiano, con base en una investigación detallada de cinco asesinatos en masa que él analizó personalmente. Los objetos de estudio de Mullen se la tenían jurada, de manera obsesiva, a cualquiera que consideraran parte del grupo o comunidad que se negaba a aceptarlos. Pensaban infatigablemente en humillaciones pasadas, un hábito que alimentaba su resentimiento y, en definitiva, fantasías de venganza, lo que los llevaba a utilizar el asesinato en masa para lograr infamia y lastimar a aquellos que, a su entender, los habían lastimado -aun si esto implicaba una “muerte bienvenida” para ellos mismos. Aunque aproximadamente dos tercios de los asesinos en masa experimentan un episodio traumático inmediatamente antes de perpetrar su ataque -por lo general la pérdida de un empleo o relación-, la mayoría pasa semanas o hasta años deliberando y preparándose para materializar su venganza. En el caso de Paddock, esta planificación lenta puede explicar el arsenal que se encontró en su casa y en la habitación del hotel, que alquiló varios días antes del ataque. Después de la masacre, más de la mitad de los asesinos públicos en masa o directamente se suicidan o provocan a la policía que termina matándolos. Esta tasa es casi diez veces mayor que para los homicidas en general. ¿Acaso esto revela, pregunta Duwe, lo mentalmente afectados que están estos atacantes? Quizá creen que ya no pueden tolerar la agonía de la vida; una vez que han “ajustado las cuentas” por el maltrato que la ha generado, no quedan razones para seguir viviendo. Mullen sostiene que el libreto para este tipo particular de suicidio pasó a estar muy arraigado en la cultura moderna y sigue atrayendo a actores protagónicos bien predispuestos. Si no podemos utilizar el conocimiento que hemos cosechado de la experiencia pasada para impedir que se adueñen de la escena, seguirán apuntándole al público.