La mala hora de America Latina

Desde la misma frontera de México con los Estados Unidos hasta su extremo sur, el hermoso continente de Colón se encuentra conmovido por diverso género de complicaciones. Algunas son el resultado de una acumulación de agravios que ahora, de golpe, pasan gruesas facturas.

En efecto, los trastornos causados por el descuidado tratamiento del planeta, que ha permitido su contaminación y el deterioro de los equilibrios que garantizan armonía climática, se siguen evidenciando cada vez con más fuerza.

La devastación dejada en Texas y en Luisiana por el huracán Harvey, son una irrefutable prueba de ello, pese a que no faltan torpes afirmaciones señalando que aquello del cambio climático es un invento de afiebrados ecologistas.

Tanto son reales el cambio climático y el calentamiento global, que insectos transmisores de un gran número de enfermedades antes concebidas como tropicales, ahora pueden diagnosticarse en territorios donde jamás se estableció la posibilidad de su presencia.

Nuestro propio país evidencia de distinta manera lo arriba anotado y diversas provincias están sometidas a ciclos de inundaciones o sequías que afectan notablemente su producción agrícola.

Por desgracia, más allá de los trastornos ambientales también tiene escala continental una fétida epidemia de corrupción que afecta todo el cuerpo social, con diversas modalidades que tienen en común un afán desmesurado de enriquecimiento rápido a partir del asalto a los fondos públicos. Y no es tal hecho lo que llama la atención.

Corrupción siempre se ha tenido en el mundo y también en América Latina. Lo que alarma como novedad son los mecanismos que han permitido su institucionalización, haciéndola más difícil de vencer y además, permitiendo que reine la impunidad, lo que a su vez estimula los actos delincuenciales.

Así, el círculo vicioso que la protege es complicado en su ruptura, puesto que hacerlo toca directamente altas esferas de poder, íntimamente relacionadas con empresas privadas de primera magnitud y con fuentes de financiamiento particulares u oficiales, y por supuesto, también con jueces y magistrados, medios de comunicación y mecanismos de relaciones públicas y propaganda, altamente sofisticados. Una estructura mafiosa en definitiva, que protege sus “ganancias” en los denominados paraísos.