Al maestro, con carino

Lo vi por última vez cuando hace cincuenta y dos años ingresamos juntos y fuimos compañeros por un semestre en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica. Nos sentábamos el uno al lado del otro, luego de que pocos meses antes lo había tenido de profesor de historia en el colegio San José. Lo molestaba a “mi tocayo” diciéndole que no me copie, y desafiándolo porque mis notas (decía yo) eran mejores que las de él. Luego yo saldría del país por ocho largos años, y perdimos el rastro, quedando solo el recuerdo.

Pablo Armijos, y para los que fuimos sus alumnos el hermano Pancho (Francisco Solano, su nombre adoptado) fue una de las figuras icónicas que nos guió por los senderos de una sana niñez y equilibrada juventud, como maestro y amigo. Era de carácter afable, pero sabía mantener la formalidad y distancia propias de su autoridad e investidura. Sus intereses académicos eran la literatura y la historia, y fue autor de un libro sobre la Revolución Francesa que, a quienes hemos mantenido el interés por la disciplina, nos ancló firmemente en una narrativa amena, equilibrada y pletórica de ideas e interpretaciones que subsisten en la memoria.

Lojano de nacimiento, fue un guayaquileño de corazón que pasó su fase postrer de vida en Quito, donde recibió los esmeros y cuidados de su comunidad. Pocos días atrás había cumplido 101 años de edad, dirigiéndonos un saludo diseminado a través de las redes en el que mostró su lucidez, dejándonos un mensaje claro y lleno de un espíritu religioso reconfortante por legítimo y sincero; su intervención fue pronunciada con voz serena y en su inconfundible tono, con la dicción perfecta característica de los lojanos, gente de singular educación y cultura. Dejó de existir esta semana, expirando durante el sueño, en la forma y manera que los vivos asociamos con la muerte de los justos; recibiendo el premio a la vida tranquila de contemplación religiosa, educación de las juventudes, y estudio permanente.

El Hermano Pancho es el último religioso de estirpe, permanencia y relevancia que quedaba como referente de nuestra promoción de estudiantes del recordado y respetado plantel donde recibimos las primeras letras y quedamos preparados para incursionar en las profesiones. Hay otros nombres del recuerdo, incluyendo a los hermanos Serafín, Dositeo, Ignatius, Inocencio, Pedro, Arístides, Agustín y Xavier, que ya trascendieron. Quedan con nosotros profesores civiles, todos amigos, todos adultos mayores, quienes complementaron la tarea educativa compartiendo sus conocimientos y transmitiendo los principios del razonamiento crítico y de la autonomía intelectual que son las marcas de una rigurosa formación.

Al hermano Pancho, y a todos los maestros, sepan que se les recuerda con cariño evidenciado en amplia sonrisa; se les rememora con la nostalgia que nace de las experiencias que calan y surgen del compañerismo y de las amistades tempranas. Se les agradece a todos por tener la vocación de enseñar. Por saber formar y transmitir lecciones de ética y moral que desafían los valores relativos de cualquier época. Por ser amigos, y por haber estado ahí, cuando se los requirió.